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Las caras disímiles que hoy compiten por la Casa Blanca

Una política consagrada, un magnate vehemente y dos liberales independientes se disputan la Presidencia de Estados Unidos. Perfiles de los contrincantes.

  • En Hillary Clinton y Donald Trump están puestas las miradas este martes. FOTOS
    En Hillary Clinton y Donald Trump están puestas las miradas este martes. FOTOS
08 de noviembre de 2016
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Una política consagrada, un magnate vehemente y dos liberales independientes se disputan la Presidencia de Estados Unidos. Estos son los perfiles de los contrincantes.

Hillary Clinton

Candidata demócrata a la Presidencia de Estados Unidos

El sueño de toda su vida

Estuvo ocho años en la Casa Blanca, acompañando a su esposo, Bill Clinton, en su labor de liderar los destinos de la principal potencia del mundo y enfrentar las más complejas problemáticas en escenarios muy distintos. Israel y Palestina durante los años finales de la Primera Intifada; Yugoslavia fraccionándose y generando conflictos que exterminaron poblaciones enteras; Ruanda presenciando el genocidio. También los desafíos internos, porque 44.909.806 estadounidenses eligieron al demócrata para que recuperara la maltrecha economía —algo que pareció ignorar George H. W. Bush durante cuatro años, según el propio Bill—. Y no menos recordado, interno y personal fue el episodio polémico de la “relación inapropiada” que este admitió tener con la becaria Monica Lewinsky, en frente de millones de estadounidenses que no se despegaron ni un segundo de los televisores, y en especial de ella, quien mientras expresaba su profunda tristeza en el resquebrajado entorno familiar, respondía en entrevistas con un altruista apoyo a quien siguió siendo su esposo.

Tal vez Hillary Rodham Clinton (Chicago, 1947), en ese momento sintiéndose humillada por el escándalo internacional en el que estaba sumido el presidente de Estados Unidos, pensó en las ilusiones que siempre tuvo como hija de una familia conservadora, siempre vinculada a la política.

Su pensamiento, no obstante, lo fue moldeando el intenso Siglo XX que vivió Estados Unidos. En 1962, por ejemplo, tuvo la oportunidad de ver predicar en Chicago a Martin Luther King Jr. en pleno apogeo del Movimiento por los derechos civiles. También en momentos en los que aumentaba decididamente la presencia estadounidense en Vietnam (1965), ya se describía como “conservadora de mente y liberal de corazón”.

Consciente de ese cambio que estaba experimentando Hillary Rodham mientras que estudiaba Ciencia Política en el Wellesley College de Massachusetts, el profesor Alan Schechter la envió a distintos eventos republicanos, entre los que se cuenta la Convención Nacional del partido en 1968. Los “mensajes racistas encubiertos” durante este evento le facilitaron el viraje hacia la esfera demócrata. Ya había pasado dos días de furia, en los que convocó su primera huelga estudiantil tras el asesinato de Martin Luther King Jr.

Esa rabia, tal como lo definió en días difíciles de escándalos e infidelidad, se la borró Bill Clinton, un muchacho de Arkansas que conoció en la Facultad de Derecho de la Universidad de Yale, en 1971:

“Nadie me entiende mejor y nadie me puede hacer reír de la manera que Bill lo hace. Después de todos estos años, él sigue siendo la persona más interesante, energizante, y plenamente viva que yo he conocido”.

Sea por un abnegado amor o por su ambición de seguir en el centro de la vida política nacional, décadas después, su decisión de haber continuado junto a Clinton —a pesar de las críticas generalizadas y de seguir expuesta al escarnio público— empezó a consolidarla a ella como una figura política de un talante superior al de su esposo, que dejó Washington con índices de favorabilidad del 76% y un superávit de US$ 559.000 millones para el Estado.

Hace parte de Washington

Han pasado décadas desde los momentos más aciagos de Rodham Clinton. Con su usual habilidad para adaptarse a los tiempos políticos y navegar por encima de sus inclemencias coyunturales, la exprimera dama (1993 - 2001) ya es también exsenadora (2001 - 2008) y exsecretaria de Estado (2009 - 2013). Conoce no solo los recovecos de la política en el Distrito de Columbia (D.C), sino que ha ahondado en su experiencia sobre los complejos acontecimientos que se producen a diario en el ámbito internacional.

De hecho se le responsabiliza por muchos de los efectos negativos que tuvo la Primavera Árabe mientras que ella lideraba la diplomacia de la potencia norteamericana. Ella parece expresar en sus discursos y debates que cuando tenga el poder de decisión de un jefe de Estado podría terminar una labor que le pareció incompleta, que le dejó sinsabores a pesar de que conoce como resolverlos.

En cualquier caso, los puntos altos y bajos de Hillary Clinton como candidata surgen de su larga experiencia política desde Washington. Así lo considera Diego Cediel, docente de Ciencia Política de la Universidad de La Sabana y experto en asuntos internacionales.

“El hecho más relevante es que es Clinton. Ha vivido en las altas esferas del Estado. Sabe cómo se maneja, sabe su lógica, sabe sus dinámicas. Y a pesar de que ese apellido es una de sus virtudes, también es una de sus debilidades, porque muchos estadounidenses consideran que solo ha vivido y medrado del Estado. Ven con muy malos a ojos a quien solo se ha dedicado a la burocracia. Sus errores se los cobran muy caros precisamente por su sagacidad política. Un acontecimiento como el asalto al Consulado de EE. UU. en Bengazi, Libia (2012), nunca se lo perdonarán por ese motivo, por tener tanta experiencia y responder de la forma en que respondió”, argumentó.

Pero junto a su experiencia va un hecho que puede ser mucho más relevante: la posibilidad de que puede ser la primera mujer al mando de los Estados Unidos en su historia. Clinton lo sabe. Es consciente del peso que tendrá escribir este nuevo capítulo.


Donald Trump

Candidato republicano a la Presidencia de Estados Unidos

El niño malcriado que quiere la Casa Blanca

“Cuando me miro en el primer grado y me miro a mí mismo ahora, básicamente soy lo mismo. El temperamento no es tan distinto”, le dijo Donald Jhon Trump, de 70 años, al biógrafo Michael D’Antonio.

Y es que el “Donny”, como le decían de pequeño, que armó un berrinche frente a sus amigos de la escuela Kew-Forest, insistiendo en que el luchador argentino Antonino Rocca se llamaba “Rocky Antonino”, no es muy distinto al que alegó por años que el presidente Barack Obama no era estadounidense.

“¿Quién podría olvidar a ese niño?”, dijo para el diario The Washington Post Ann Trees, maestra de la institución donde Trump cursó hasta séptimo grado, antes de que su padre lo enviara a una academia militar. “Era obstinado y decidido. Se sentaba con los brazos cruzados, con esta mirada hosca en su rostro, casi retándote a decir una cosa u otra con la que él no estaría conforme”, añadió.

El newyorkino opulente y descortés tampoco ha dejado de ser el mismo. En Jamaica Estates, el barrio de Queens donde creció, recuerdan su mansión de 23 habitaciones, con los dos Cadillacs en la entrada, y al niño rubio que andaba en bicicleta con sus amigos, y se detenía para agredir a otros.

De hecho, el cirujano Steve Nachtigall, que vivía cerca de Trump en su infancia, le contó a D’Antonio que una vez lo vio saltar de la bicicleta y golpear a otro niño. “Es como un pequeño fragmento de video que permanece en mi cerebro, porque fue tan inusual y aterrador a esa edad. Él era un bocón matoneador”, declaró.

Una identidad difusa

Eso sí, no siempre “Donny” ha aborrecido a los inmigrantes, y no siempre ha sido un republicano puro y radical, angustiado por la pérdida del sello americano.

Aunque en 2015 anunció su candidatura a la presidencia de Estados Unidos culpando a México de enviar “drogas” y “violadores” a través de la frontera, y prometiendo levantar un muro de más de 3.000 kilómetros, su origen ni siquiera es norteamericano.

Los abuelos paternos eran alemanes y los maternos, escoceses. Ninguno nació en Estados Unidos, y de hecho dos de sus tres esposas, Ivana y Melania, nacieron en países de Europa Oriental (la antigua Checoslovaquia y Eslovenia).

El magnate, dueño de hoteles, campos de golf y casinos en medio mundo, y de una fortuna que Forbes avala en 3.700 millones de dólares, tiene una identidad política tan difusa como sus repentinos cambios de opinión.

En una entrevista a la cadena CNN hace diez años, la hoy ficha de los conservadores para la Casa Blanca, dijo que se consideraba más demócrata que republicano, y según cuenta Cristian Rojas, internacionalista de la Universidad de La Sabana., tampoco ha sido un hombre de las entrañas del partido, no solo porque nunca ha estado en cargos públicos, sino porque tampoco se ha mostrado como un votante republicano.

Y aunque podría pensar que, al menos, Trump se identifica con las causas tradicionales, tampoco es así. Rojas en enfático en que se trata de un hombre que nunca ha tomado las banderas conservadoras, porque si bien es un empresario de larga monta, ni siquiera impulsa las libertades económicas, lo que más identifica a los militantes de esa corriente.

En cambio, el candidato ha invocado el “americanismo económico”, argumentando que los tratados internacionales no han beneficiado a los trabajadores promedio y apelando así a su gran masa de votantes: a la raza blanca, de poca educación, que se siente cada vez más aislada y desprotegida ante la llegada masiva de personas de todo el mundo, un mundo que para ellos, dice José Gabilondo, internacionalista de la Universidad de La Florida, es “peligroso, complejo y difícil de entender”.

Así las cosas, Trump jamás será el conservador ideal. No deja ver el cristianismo ejemplar de sus copartidarios, no es ni siquiera un defensor de la familia tradicional ni será recordado por un matrimonio estable. En el mesa de noche del posible presidente de Estados Unidos, distinto al de sus antecesores, nunca estará una familia de portarretrato.

Un raro ascenso en el país de la democracia ¿Por qué entonces Donald Trump, una mejor estrella de televisión que político, llegó tan lejos en la carrera por la Casa Blanca?

“Porque hay 50 millones de americanos que son racistas, que están enfadados y que lo escucharon diciendo en la televisión, un medio con el que él tiene un magnetismo especial, que él cambiaría Washington”, responde Harley Shaiken, profesor de estudios sociales en la Universidad de California.

“Porque aunque Trump es por mucho el candidato más crudo que hemos tenido y hace declaraciones falsas a un ritmo que no tiene parangón, hizo una campaña radical e impredecible, y llevó a su contrincante a lo mismo”, asevera Jack Glaser, profesor de la Escuela Goldman de Política Pública.

“Porque aunque no supo controlar su lenguaje y demostró que no tiene mucha vida intelectual, se presentó como un hombre fuerte, casi como un Putin en Rusia, alguien que no tiene temor de renegociar tratados ni de dar, de nuevo, un lugar a Estados Unidos entre los países”, anota Emilio Viano, politólogo de la American University.

No obstante, su mayor atributo, tal vez, fue aguantar, con 16 competidores, con un nivel muy bajo de apoyo y con los ojos del mundo sobre él, la batalla política más reñida del Globo.

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