Ha pasado un año desde que una turba de hombres blancos —entre ellos resaltaba uno que llevaba la piel de un oso en la cabeza, el torso desnudo y tatuado como un dios de la guerra— se tomó el Capitolio de los Estados Unidos, en Washington, matando a cinco personas y ocasionándoles heridas 140 agentes de policía.
Se trata de un episodio que los norteamericanos recuerdan como una afrenta a la democracia y que hasta ahora deja 700 acusados y 71 condenas por delitos como impedir la confirmación como presidente de Joe Biden hasta agredir a policías.
De la multitudinaria toma —sucedida después de que el entonces presidente Donald Trump asegurara sin pruebas que Joe Biden le había robado su reelección—, se han declarado culpables 165 personas y la mayoría esperan condena. Cuatro de ellos podrían pagar más de veinte años de prisión.
Entre los ya condenados está Robert Palmer un hombre de 54 años que, según público el diario El País, fue acusado de atacar a la Policía y tiene que pagar cinco años y cuatro meses de cárcel. Sobre el episodio, Palmer dijo llorando: “Estoy realmente muy avergonzado de lo que hice”.
El primer condenado en este caso fue Scott Fairlamb, de Nueva Jersey, en un juicio que terminó el 10 de noviembre de 2021. Durante la lectura de la sentencia, el juez Royce Lamberth, de una corte federal del Distrito de Columbia, calificó de “afrenta a la sociedad y a la ley” las acciones de Fairlamb, dueño de un gimnasio y exluchador de artes marciales mixtas. El condenado apareció en varios vídeos grabados el 6 de enero gritando consignas a favor del asalto al Capitolio, escalando por las gradas que se estaban instalando en ese momento para la investidura presidencial del demócrata Joe Biden y dando puñetazos a un policía.
Las pruebas, como sucede en todos los casos, son directas e incuestionables. Fairlamb aparece como todo un guerrero en los videos, asumiendo la postura del hombre blanco estadounidense; aparece entrando y saliendo del edificio del Capitolio como si se tratara de un cazador.
La justicia gringa no ha escatimado recursos para este caso. El mismo Departamento de Justicia ha declarado que se trata de un “enorme trabajo masivo (...), una de las mayores investigaciones del FBI”. Los agentes se han encargado de hacer todo un barrido en redes sociales para analizar miles de videos, fotografías, cuentas de movimientos extremistas y más.
Mientras se reúnen testimonios de quienes entraron airados al Capitolio, una comisión de la Cámara de Representantes investiga cuál fue el papel de Donald Trump en lo que se considera una estocada a la democracia. El mismo Biden dará este jueves un discurso sobre el asalto y le echará toda la culpa a su antecesor por “el caos y la carnicería”.
La portavoz de la Casa Blanca, Jen Psaki, dijo hace un par de días que Biden no se morderá la lengua: “El Presidente explicará el significado de lo que ocurrió en el Capitolio y la responsabilidad única que tiene Trump por el caos y la carnicería que vimos ese día”.
Solo hay que recordar que ese 6 de enero, hace un año, Trump llamó a sus seguidores a que marcharan hacia el Congreso para “luchar como el demonio” y “recuperar” el país.
En aquel día, que no se olvida –y que el mismo presidente desde su silla de derrotado llamo a no olvidar–, Trump esperó más de tres horas para llamar a la turba a la calma, aunque de una manera muy ambigua: “Deben irse a casa, debemos tener paz. Los queremos, son muy especiales”.
El comité ha entrevistado, hasta el momento, a más de 300 testigos y ha reunido cerca de 35.000 documentos para saber si el expresidente presionó durante el conteo de votos. Quizá una de las cartas principales es el testimonio de su hija y asesora, Ivanka Trump, quien en dos oportunidades le pidió a su padre que “detuviera la violencia”, pero fue muy desoída. El caso sigue abierto