La campaña de los altibajos, de los desconciertos, de los escándalos. “La campaña de los ataques a la legitimidad de las instituciones democráticas, sin precedentes desde la Guerra Civil”, dice David Hollinger, expresidente de la Organización de Historiadores Americanos. “Nuestra primera campaña con una mujer como nominada a un partido importante, pero también la primera con alguien sin ninguna calificación para desempeñar cargos políticos”, añade Jack Glaser, profesor de la Universidad de California.
Esta carrera por la Casa Blanca ha sido inédita desde todas las perspectivas. En un comienzo, antes de las elecciones primarias, ya se vislumbraban rarezas.
Por el lado de los demócratas, apareció un senador desconocido de un pequeño estado del norte. Bernie Sanders, un filósofo independiente de Vermont, con ideas de izquierda, se volvió exitoso dándole energía al voto de los jóvenes y logró hacerle contrapeso a la tradicional Hillary Clinton.
Del otro, el magnate y estrella de televisión Donald Trump fue triunfando sobre contrincantes republicanos como Ted Cruz, Marco Rubio y John Kasich, políticos de profesión, que saben cómo relacionarse con los votantes y preparar un plan de acción convincente. Él, en cambio, fue despegando con sus opiniones nativistas (pro “americanas”, anti-inmigrantes, blancas y racistas).
“El que Trump y Sanders lograran poner a tambalear a los políticos más tradicionales, demostró el descontento de Estados Unidos con su cultura electoral y el malestar de un país que quiere soluciones distintas al desempleo y a la distribución desigual de la riqueza”, reflexiona Emilio Viano, politólogo de la American University.
Ya en elecciones presidenciales, además de la sorpresiva admisión del millonario por parte de los republicanos, el nombramiento de Clinton como candidata llevaba una carga simbólica gigantesca. La exsecretaria de Estado tiene todo para convertirse en la primera mujer presidenta de Estados Unidos, apoyada sobre todo por unas minorías que de pequeñas no tienen nada.
“Son una masas inmensas. Son las mujeres, los afroamericanos y los hispanos y hasta los musulmanes, un grupo enorme que se opone al candidato republicano mucho más que nunca y que podría decidir estas elecciones, si votan en número suficiente”, sugiere Rosemary Joyce, antropóloga de la Universidad de Berkeley que ha estudiado la relación entre género y política.
No obstante, advierte, Clinton se ha enfrentado a una continua supervisión de su feminidad, que en parte ha movido las encuestas: “Su voz, su manera de vestirse, que si es demasiado maternal, que si es débil, que si habla demasiado alto o bajo, que si es atractiva. Todo se le ha criticado”.
A eso se suman los comentarios “humillantes y sexistas” de sus adversarios. “Ningún hombre candidato a presidente sería criticado por no ser lo suficientemente atractivo, y esto desató insultos sexuales vulgares sin precedentes”, denuncia Joyce.
Entretanto, durante la campaña fue posible ver a un Trump completamente por fuera de las expectativas normales de la política. “Aunque se resarció de vez en vez, por lo general habló sin guía, con opiniones muy crudas, groseras y a veces profanas. Demostró, por lo general, que no sabe nada sobre ninguna cuestión de política, y rutinariamente mintió”, analiza Glaser, y destaca que sus insultos más emblemáticos fueron justamente los que le dieron los picos más bajos en las encuestas.
Este año, las encuestas (ver infografía) dejaron ver lo sensibles que eran a los hechos o comentarios insólitos de la campaña, al punto de haber momentos en que Trump, sin un legado en la política, superó a Clinton.
Los debates (los más vistos en la historia de Estados Unidos) movieron la balanza a favor de la demócrata, así como los antecedentes problemáticos del empresario (quiebras, evasiones de impuestos, insultos y misoginia). Pero también hizo lo suyo la investigación del FBI sobre el uso del correo electrónico de Clinton y hasta un desmayo.