Alemania está en la recta final de sus elecciones y el mundo espera con la respiración entrecortada. Quién va a liderar a la primera potencia de la Unión Europea no es una cosa que ataña sólo a Europa. Muchas cosas están pasando en el planeta mientras Angela Merkel se despide, tras 15 años en el poder: la caída de Afganistán en manos de los talibanes, la más geopolíticamente importante. Cualquiera que sea quien suceda a Merkel en el primer cargo alemán deberá lidiar con un entorno internacional complejo.
Los alemanes tendrán que votar el próximo 26 de septiembre. Como ya es usual en la política germana, la cuestión se reduce para la mayoría a dos opciones fijas y una tercera que puede variar. Entre las fijas, los socialdemócratas (SPD) y los democristianos (CDU, del cual es Merkel) son los dos partidos tradicionales. En una tercera opción, el partido liberal (FDP) y Los Verdes luchan por hacerse un lugar importante. La de Alemania es una democracia parlamentaria: no se vota por un candidato sino por un partido al Bundestag, el parlamento. El partido que obtenga mayoría absoluta tendrá también al canciller, pero como eso casi nunca ocurre, los partidos se ven obligados a hacer coaliciones.
La actual, por ejemplo, reúne a la CDU (en unión con la Unión Social Cristiana, CSU, su hermano más pequeño originario de un estado federal) con el SPD. Democristianos y socialdemócratas han gobernado juntos con Merkel como canciller desde 2013. Ambos serían hoy los partidos más votados, según el último sondeo realizado por el instituto demoscópico Forsa, publicado el pasado 19 de agosto. El partido de Merkel lidera la intención de voto con el 23 %; le sigue el SPD, con el 21 %; y Los Verdes se quedan atrás con un 19 %. El partido liberal ocupa la cuarta casilla, con un 12 %, y La Izquierda y los ultras de derecha (AFD) terminan con el 6 % y el 10 % respectivamente.
Esta pintura no siempre ha sido así durante la campaña que está terminando. “La conciencia ecologista, la necesidad de un país y una Europa más verdes, gana cada vez más adeptos en el país”, señala Sören Jens Brinkmann, historiador y analista político alemán, profesor de la Universidad de Breslavia, Polonia. Esa realidad se vio reflejada al principio en las encuestas. En mayo pasado Los Verdes ocupaban la primera intención de voto, con el 27 %, muy por encima de los democristianos de Merkel, que apenas alcanzaban un 24 %. Nunca en su historia habían estado tan cerca de la cancillería. Luego comenzaron a cometer errores.
Su candidata y líder, Annalena Baerbock, se volvió centro de una discusión ética que terminó perdiendo. El 21 de junio, cuando su figura era la más opcionada a formar un gobierno, publicó un libro titulado Ahora. Cómo renovamos nuestro país. En una especie de tratado, la candidata dejaba ver su visión del país y del planeta combinando con anécdotas que, según las primeras reseñas, reflejaban su carácter y temperamento.
El asunto comenzó a complicarse cuando varios expertos en plagios publicaron extractos del libro de Baerbock que ella copiaba de forma exacta sin atribuir una fuente. Luego también tuvo que corregir elementos de su hoja de vida que los medios en su país calificaron de “inconsistentes”. Como ese que señalaba que era miembro de la Acnur (la Agencia de la ONU para los Refugiados) cuando en realidad solo reconoció que apoya a una organización alemana de refugiados con la recaudación de fondos. Todo eso parece haberle costado popularidad.
“Aún así, pueden llegar a ser fundamentales para formar un gobierno en el futuro”, detalla Brinkmann, “si bien hoy en día los más opcionados son los partidos tradicionales. A pesar de que Merkel tomó decisiones que no siempre fueron entendidas, su figura es ampliamente aceptada porque representó durante más de una década estabilidad”. Los otros candidatos tampoco la han tenido fácil.