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El último reporte de las autoridades nicaragüenses sobre los comicios de este domingo, en los que el presidente del país, el sandinista Daniel Ortega, buscaba su cuarto mandato y tercero consecutivo, fue de “tranquilidad” y de “regular afluencia de votantes”.
Al cierre de esta edición no se conocían datos sobre los resultados, pero líderes del opositor Frente Amplio Democrático (FAD) aseguraron, según Efe, que la abstención “ha sido masiva”, lo que consideraron una expresión “del rechazo a la farsa electoral”. “Hemos hecho un cálculo de 70 % a 80 %” de abstención, afirmó la antigua aspirante a la vicepresidencia de la principal fuerza opositora Violeta Granera.
Los informes de “jornada pacífica” y la posible reelección de Ortega son apenas predecibles en un país ampliamente cuestionado por su transparencia electoral. Y es que aunque el presidente ganó apoyo ciudadano a pulso, con proyectos que mejoraron la prosperidad del ciudadano de a pie, se convirtió en centro de la crítica nacional e internacional por cortar las alas de la oposición para llegar a la presidencia y bloquear cualquier observación independiente de los comicios.
No en vano, en la tarde de ayer, los ciudadanos contrarios al régimen denunciaron múltiples cambios en el padrón electoral correspondiente y la presencia de nombres de personas fallecidas como si estuvieran aptas para votar; mientras los diarios New York Times, The Guardian y El País reprochaban “una elección descaradamente enganchada”, “supresión de la oposición para asegurar la victoria de un solo partido” y “esperpento en la corte de los Ortega”.
Si bien Nicaragua tiene el nivel más bajo de PIB per cápita en América Central, Ortega ha ampliado el acceso a la vivienda pública y a los servicios. De hecho, el Banco Mundial reporta que el nivel de pobreza bajó de 42,5 % en 2009 a 29,6 % en 2015.
Además, las tasas de homicidios son inferiores a las de los países del resto de Centroamérica: 8 por cada 100.000 habitantes, lo que sin duda, dice Sergio Ramírez, su vicepresidente hasta que el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) perdió las elecciones de 1990, le da popularidad para ganar la reelección.
“Las buenas cifras de política pública y una masa de quienes fueron sandinistas lo vuelven a poner en el poder”, comenta el exlíder político, que al darse cuenta de las conductas “dictatoriales” de Ortega, se hizo a un lado y fundó el Movimiento Renovador Sandinista, uno de los partidos a los que el presidente les quitó la personería jurídica, evitando así que sus representantes llegaran a la contienda.
Ortega tampoco tuvo obstáculos cuando anunció que no permitiría a los observadores electorales internacionales monitorear las elecciones, sentenciando: “La observación se detiene aquí. Dejémoslos ir a observar otros países”.
Lo anterior, dice Félix Maradiaga, docente de ciencias políticas en la Universidad Americana de ese país, no le ha impedido al mandatario consolidar el poder, que tomó visos de dinastía cuando su esposa, Rosario Murillo, fue nombrada fórmula vicepresidencial.
Y es que aunque para el docente las elecciones del domingo fueron “una farsa desde todo punto de vista”, Ortega no tuvo que esforzarse mucho para reformar la Constitución y habilitar su reelección, ni para darles oxígeno a pequeños movimientos políticos, “que en el pasado no llegaban ni al 6% de la intención de votos, para fingir que tuvo competencia”.
Maradiaga pide que en Nicaragua sucedan cambios, como permitir una verdadera observación internacional, sustituir a las actuales autoridades del Consejo Electoral “por personas que sí tengan al menos un nivel de imparcialidad y credibilidad” y regresarle a los partidos que han sido excluidos el derecho a competir en igualdad.
No obstante, no será tan fácil en un país que, según la ONG Transparencia Internacional, se ubica en la posición 130 entre 168 países a los que se les midió el nivel de corrupción.