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El celular dejó de sonar. La última vez que el personal de The Wall Street Journal tuvo noticias de Evan Gershkovich fue el miércoles 5 de abril, poco antes de las cuatro de la tarde, cuando había llegado a una parrilla de la ciudad rusa de Ekaterimburgo. Era el segundo viaje del corresponsal de Rusia a los Montes Urales en un mes.
Poco antes de comer, un colega le envió un mensaje de texto: “Hola amigo, buena suerte hoy”. “Gracias, hermano”, respondió Gershkovich: “Ya te contaré cómo me va”.
Horas más tarde, la redacción del Journal se esforzaba por localizar a sus contactos en Ekaterimburgo, Moscú y Washington. Un mensaje poco preciso en el servicio de mensajería Telegram decía que agentes de seguridad habían encapuchado y apresado a un individuo que se encontraba comiendo en una parrilla de Ekaterimburgo.
A las 10:35 de la mañana (hora de Moscú) del jueves siguiente 6 de abril, un cable de la Agencia Estatal Rusa de Noticias dejó trascender que Gershkovich había sido detenido y acusado de espionaje por el Servicio Federal de Seguridad, sucesor del KGB. Era la primera vez que Rusia presentaba un caso de espionaje contra un periodista extranjero desde la Guerra Fría.
Las imágenes de la televisión estatal rusa mostraban a Gershkovich siendo escoltado por agentes del FSB vestidos de civil, con unos vaqueros azules desgastados y zapatillas deportivas, y una mano con guante negro alrededor de su cuello encorvado.
Gershkovich, estadounidense de 31 años, es hijo de judíos nacidos en la Unión Soviética y exiliados en Nueva Jersey. Se enamoró de Rusia, de su idioma, de la gente con la que charlaba durante horas en las capitales de la región, de las bandas punk que solía disfrutar en los bares de Moscú. Ahora, los cargos de espionaje –que se le ratificaron la semana pasada en una audiencia judicial en Rusia– lo enfrentan a una posible pena de prisión de hasta 20 años.
Su jefe, sus colegas y el gobierno de Joe Biden, quien este fin de semana prometió luchar por su libertad porque “el periodismo no es un crimen”, rechazan la afirmación rusa de que espiaba para Estados Unidos y piden su regreso inmediato. Diplomáticos y juristas ven pocas esperanzas de que Gershkovich, reportero acreditado por el Ministerio de Asuntos Exteriores ruso, sea liberado dado que los juicios por espionaje en el Estado de Vladimir Putin se llevan a cabo en secreto y casi siempre terminan en condena.
Gershkovich llegó a Rusia hace cinco años y medio, cuando las libertades de los medios de comunicación comenzaban a desaparecer. Pasaba sus fines de semana conversando sobre música, política y noticias en la banya, o sauna, y siempre estaba dispuesto a ayudar a los periodistas de la competencia. Sus amigos rusos no lo conocían como Evan, sino como Vanya.
Cuando los incendios forestales arrasaron la remota región siberiana de Yakutia en 2021, pasó cuatro días en una tienda de campaña en el bosque, mucho tiempo después de que otros reporteros volaran de regreso a la capital. Se ganó la confianza de estudiantes de medicina de primer año que, sentados junto a él en las salas de covid-19, le revelaban que habían sido reclutados tras solo unas semanas de formación para tratar a una avalancha de pacientes. “Solo quiero contar bien la historia”, les decía a sus amigos.
Gershkovich podría verse atrapado en una estrategia geopolítica cada vez más habitual: estadounidenses en manos de gobiernos que buscan intercambiarlos en negociaciones. Y esta es una situación que se calienta en medio de la salvaje invasión que desató Rusia sobre Ucrania y que la gran mayoría de la comunidad internacional –salvo países aliados del Kremlin como China– rechaza de tajo.
En diciembre, Estados Unidos liberó al traficante de armas ruso Viktor Bout a cambio de la estrella del baloncesto femenino estadounidense Brittney Griner, a quien las autoridades rusas habían detenido en los días previos a la invasión a Ucrania en febrero de 2022. Griner fue condenada a nueve años de reclusión en una colonia penal tras ser descubierta transportando aceite de hachís en su equipaje. Posteriormente, fue declarada culpable de contrabando y posesión de drogas.
Y en ese contexto, recientemente, el coordinador Estratégico del Consejo de Seguridad Nacional, John Kirby, dijo que no estaba claro si la detención de Gershkovich estaba coordinada con los dirigentes rusos o era una represalia por otros agravios. Hace dos semanas, un ciudadano ruso fue acusado en el Tribunal de Distrito en Washington de actuar como agente de una potencia extranjera, fraude de visado, fraude bancario, fraude electrónico y otros cargos, según el Departamento de Justicia.
Por eso, la detención de Griner marcó el fin de décadas de cooperación deportiva entre Rusia y Estados Unidos, mientras que el encarcelamiento de Gershkovich pone en tela de juicio la idea de que reporteros, autores e investigadores estadounidenses puedan trabajar en Rusia para informar libremente. Casi todos los periodistas occidentales ya se han retirado de Rusia, y la detención de Gershkovich aceleró el éxodo.
Incluso, el Journal retiró a su jefe de la oficina de Moscú, una corresponsal que informaba desde los últimos años de la Guerra Fría. Muchas agencias de noticias occidentales que enviaban reporteros a Moscú en la época de Stalin hoy afirman que la Rusia de Putin es demasiado peligrosa para los periodistas. Gershkovich está detenido en la prisión Lefortovo del FSB, donde Rusia retiene a la mayoría de los sospechosos de espionaje. Paul Whelan, ex miembro de los marines estadounidenses encarcelado en 2020 y condenado a 16 años en una prisión rusa por cargos similares, también fue enviado allí.
En todo caso, una delegación diplomática estadounidense lo visitó hace una semana y dijo que el periodista “está bien”. Pero, tras ratificarse que lo dejarán en detención preventiva, este expediente que atenta contra la liberad de prensa y el derecho universal a la información promete volverse otro lío diplomático entre Washington y Moscú.
*Texto cedido por The Wall Street Journal y editado por EL COLOMBIANO