Aunque en 2015 solo uno de los 35 conflictos armados que registró el mundo fue catalogado como internacional –el de Israel y Palestina–, la humanidad presenció cómo las disputas y sus manifestaciones de violencia fueron cada vez menos domésticas y traspasaron las fronteras.
Mientras Boko Haram se vio obligado a salir de Nigeria hacia Chad, Níger y Camerún, porque estos países se unieron como fuerza regional para combatir al grupo, el Estado Islámico (EI) continuó firme en Siria e Irak, pero reivindicando acciones más allá de estos países y a través de filiales que declaran lealtad a la organización, sin que haya certeza sobre su nivel de vínculo con el grupo.
“La mayoría de los conflictos armados actuales tienen una dimensión internacional o influencia regional vinculada a factores como los flujos de personas refugiadas, al comercio de armas, la participación de combatientes extranjeros, el apoyo logístico o militar proporcionado por otros Estados a alguno de los bandos en pugna o a los intereses políticos o económicos de países vecinos al conflicto armado, por ejemplo, en lo referido a la explotación legal e ilegal de recursos”, revela “Alerta 2016!”, el último informe de la Escuela de Cultura de Paz de la Universidad Autónoma de Barcelona.
El documento señala además que, si bien los 35 conflictos y 83 escenarios de tensión global de 2015 tienen una naturaleza multidimensional, dos tercios tuvieron entre sus causas principales la oposición al Gobierno, la lucha por acceder o erosionar el poder y, en menor medida, el control de territorios y recursos.
Así las cosas, para Jesús Núñez Villaverde, del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria, parece como si este tiempo no fuera favorable para la paz. De hecho, destaca, más del 40 % de los conflictos armados vigentes derivaron de fracasos en mesas de negociación.
No obstante, confía el analista, el hecho de que en 2015 se hubiera dado fin a cuatro conflictos (República Centroafricana, Sudán, Malí y Sudán del Sur) y de que 81 países se volvieran más tranquilos que en 2014, es un leve pero buen síntoma de cambio.
De brazos cruzados
Para Josep María Royo, experto en conflictos y construcción de paz, y uno de los autores de “Alerta 2016!”, dos son las preocupaciones más grandes del informe:
Que su investigación haya detectado un aumento en los niveles de letalidad de los conflictos armados, y que aún así para 21 de los 35 conflictos armados activos a finales de 2015, ni el Consejo de Seguridad de la ONU, ni la Unión Europea, ni la Liga Árabe plantearan el establecimiento de un embargo de armas como medida sancionatoria.
En total, 13 países y la organización al-Qaeda se vieron sometidos a embargos de armas del Consejo de Seguridad de la ONU en 2015, uno más respecto al 2014, por la inclusión del embargo de armas a las Fuerzas No Gubernamentales (FNG) en Yemen.
Además, de las 83 situaciones de crisis sociopolíticas identificadas en 2015, 52 tampoco fueron objeto de embargo. “Ello, pese a que en muchos casos, el carácter preventivo de la medida podría incidir en una reducción de la violencia”, reza el informe de la Universidad Autónoma de Barcelona.
De acuerdo con Royo, urge la estrategia para evitar más escaladas de violencia y nuevas militarizaciones de conflictos. Sin embargo, las pocas herramientas que existen para evitar el uso de la fuerza “se usan poco y se usan mal”.
Y es que la pesquisa le mostró que los embargos de armas que se han hecho en el último año casi siempre son violados por actores armados vecinos e incluso lejanos, y pone como ejemplo el caso de fusiles de origen español que encontraron en la República Centroafricana.
Entretanto, califica de “absurdo” el hecho de que en el mundo haya una tendencia de incremento en las ventas de grandes armas (pesadas o de alto calibre), con un aumento del 14 % entre 2006 y 2015, y que los que se sientan en el Consejo de Seguridad de la ONU sean los mismos que concentran el 58 % de las exportaciones de armamento (Estados Unidos, Rusia, Francia y Alemania).
Con ese escenario, Royo sugiere que plantear la necesidad de visibilizar las iniciativas de paz a nivel internacional es vital, cuando está probado que los conflictos que acaban con una de las partes no llevan a que este termine. “La violencia y las violaciones son como las viejas costumbres, siguen arraigadas y pueden volver a brotar”, sostiene.
Mejor que sanen las heridas
Aunque los conflictos armados a nivel global no escalaron, continuaron destruyendo, provocando dolor y, sobre todo, un impacto en la población civil.
Sus efectos ni siquiera se limitaron a dejar muertos en medio de enfrentamientos, sino que en el último año, cuenta el informe, hubo “masacres y ejecuciones sumarias, detenciones arbitrarias, torturas, desplazamientos forzados de población, uso de la violencia sexual, reclutamientos de menores y muertes indirectas”.
En contextos como el de Siria, los civiles sufrieron asedios y bloqueos, y hasta el hambre o el acceso a agua fueron utilizados como arma de guerra.
De igual forma, “Alerta 2016!” muestra que la destrucción de las infraestructuras de salud, de gobierno, educativas y de vivienda en países escenario de conflictos armados tuvieron un impacto relevante en la falta de acceso a atención de personas heridas e incluso favoreció la expansión de enfermedades en medio de la contienda. En Yemen, por ejemplo, se extendió el dengue y la malaria, mientras en Ucrania se declaró un brote de poliomielitis, dos décadas después de haber combatido la enfermedad.
El uso deliberado de la violencia sexual como arma de guerra en países como Irak, Malí, RCA, RDC, Siria, Somalia, Sudán y Sudán del Sur fue frecuente. Grupos armados como Boko Haram o EI continuaron con sus prácticas de esclavitud sexual, y miembros del Ejército, como el caso de las fuerzas sudanesas en las regiones de Darfur y Nilo Azul, también lo hicieron.
Por otra parte, el desplazamiento forzado tuvo un significativo aumento en el último año. Según los datos publicados por ACNUR, en 2015 la cifra total de personas desplazadas dentro y fuera de las fronteras de sus países a causa de conflictos armados, situaciones de violencia y persecución superaría, por primera vez desde que se registran datos, los 60 millones de personas. Es decir, una de cada 122 personas en el mundo tuvo que dejar su hogar en esas condiciones.
A su vez, las circunstancias del conflicto conducen irremediablemente, en casi todos los casos, a que colapsen los sistemas de salud, o porque se atacaron los hospitales en un momento de bombardeo o porque el personal huyó de los países.
“Mientras tanto, la población queda atrapada en medio del fuego y de la falta de una atención adecuada, y aunque los servicios primarios son los que más urgen, casi todos los países en conflicto dejan que se agrave el gran vacío que significa la ausencia de una atención en salud mental”, destaca Néstor Rubiano, referente de Salud Mental de Médicos sin Fronteras para Medio Oriente, y agrega que si en medio de una tensión hay una rápida intervención para atender el trauma, la reacción será menos compleja y habrá menos posibilidades de que se llegue a un trastorno depresivo.
Siendo así, Rubiano expone que los sistemas de salud deberían estar integrados con el componente de salud mental, para así evitar que las heridas de un conflicto se “complejicen, se hereden y se reproduzcan”.
En eso concuerda Núñez, para quien “siempre habrá que reclamar que el esfuerzo principal en clave de construcción de paz debe ser la prevención”, lo que permite evitar la recaída.
No obstante, según dijo en el informe Martin Griffiths, director del Instituto Europeo para la Paz, los conflictos de hoy están siendo resueltos con las ideas de ayer, cuando estos han alcanzado nuevos niveles de complejidad: “Nuevas tecnologías dan lugar a la guerra híbrida que pone en cuestión nuestro conocimiento sobre cómo construir la paz. Vemos guerras regionales por delegación en las que los actores estatales y los grupos armados tienen la misma capacidad de utilizar nuevas herramientas de comunicación para objetivos propagandísticos. Actores como ISIS y al-Qaeda llevan los conflictos más allá del Estado nación”.
75%
de las 112.000 muertes violentas del mundo se dan en Siria, Irak y Afganistán.