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La Venezuela de Nicolás Maduro empieza a tener una nueva cara en la política internacional y ese cambio se ha venido preparando desde Colombia con el deshielo de las relaciones entre la Casa de Nariño y el Palacio de Miraflores que propició el presidente Gustavo Petro.
Hace poco más de un mes, cuando Iván Duque estaba en el poder, entablar diálogos diplomáticos con el régimen era un impensable, el exmandatario lo catalogaba como un “dictador” y el discurso que salía de su despacho hacía constantes referencias a las violaciones a los Derechos Humanos que le han comprobado a Maduro y su séquito.
Con la llegada del gobierno del “cambio” ese fue uno de los tantos puntos que, como lo prometió Petro, cambió. Él político de izquierda no aborda los casos de persecución política, desapariciones forzadas y agravios a la libertad que ya han sido documentados sobre Maduro, sino que depositó en este un vaho de confianza para que él sea una de las fichas de los objetivos de su gobierno.
La Colombia de Petro fue más allá de llamarle “presidente” con el restablecimiento de las relaciones diplomáticas que llevó a la reapertura de las fronteras, la reactivación del comercio binacional, la habilitación de las embajadas ubicadas en Caracas y en Bogotá y hasta el reinicio de la cooperación judicial.
En cambio, el presidente eligió que Venezuela sea uno de los países garantes del proceso de paz que iniciará con la guerrilla del ELN, lo que le da al régimen de Maduro un asiento fijo en una de las instancias diplomáticas que tomará más relevancia en la política de la región.
Junto a ese país, Cuba, Chile y España tendrán funciones como garantes dentro de los diálogos con los elenos, que constituirán el quinto intento de un gobierno colombiano de poner punto a final a esa guerrilla de manera negociada.
La agenda internacional del gobierno es ambiciosa –no solo con su meta de regularizar ciertas sustancias ilícitas– sino con el objetivo de que el régimen de Maduro y el de Daniel Ortega de Nicaragua vuelvan a tener un asiento en la Organización de Estados Americanos (OEA).
Tanto Maduro como Ortega se levantaron de ese organismo cuando la Comisión Interamericana de Derechos Humanos empezó a documentar las violaciones a los Derechos Humanos que se le atribuyen a las principales instancias de sus casas presidenciales como políticas de Estado deliberadas. Sin embargo, ahora Petro plantea un diálogo con ambos para que retornen a esa institución.
No se puede olvidar que el presidente no ha sido el único inquilino de la Casa de Nariño que ha intentado amenizar la relación con Venezuela. En su momento Juan Manuel Santos fue el nuevo mejor amigo de Maduro, pero para el final de su mandato la diplomacia terminó en una fractura entre las dos administraciones y el inicio de un proceso migratorio por el que han llegado a Colombia 2,4 millones de venezolanos que huyeron del régimen.
Apenas van 38 días del gobierno de Gustavo Petro y el restablecimiento de las relaciones con la Venezuela de Nicolás Maduro tiene una serie de tareas internacionales que apenas están por empezar. El tiempo mostrará qué resultados da ese cambio del régimen de un “dictador” a un “presidente” aliado.