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La ideología de la secta salafí-wahabí-takfirí representa la mayor amenaza a la seguridad y la existencia de la civilización occidental y la propia civilización islámica. La razón de esta afirmación está en los terribles postulados de esta visión pseudoislámica surgida en el siglo XVIII de una alianza entre el teólogo Abdul Wahab (1703-1792) y el líder tribal Mohammad ibn Saud (1710-1765) en los pactos de Al-Dariyah (1745).
El salafismo-wahabismo establece la doctrina del takfirismo; un anatema que sostiene que cualquier musulmán, sea este un gobernante, teólogo, profesor, filósofo, poeta, músico, historiador o científico, puede ser declarado infiel (kafir) por hablar de temas que no estén supuestamente expresos en el Corán y la Sunna o tradición de Mahoma.
Cualquier tema nuevo que se plantee por la teología (kalam), jurisprudencia (fihq) de las tres grandes ramas históricas del Islam —Chiísmo, Sunismo y Sufismo—, es catalogada como bida (herejía, innovación) y merece la pena capital. La inquisición que nunca existió durante los doce siglos precedentes al desarrollo de la civilización islámica empieza a hacer carrera invocando como soporte ideológico y doctrinal a un sirio de Damasco, Ahmad Ibn Taymiya (1263-1328), que se opuso al legado del místico y filósofo español Ibn Arabi (1165-1240).
Y tiene como soporte financiero en las actuales dictaduras petroleras de algunos miembros de las monarquías de Arabia Saudita, Qatar, Kuwait, Baréin y algunos Emiratos Árabes como el de Sharhah, que mueven en la economía mundial y, especialmente en Occidente, la sobrecogedora cifra astronómica de un trillón de dólares.
Con el beneplácito de los gobiernos de las potencias occidentales, estas monarquías y sus religiosos violan sistemáticamente los derechos humanos de cristianos, kurdos, chiítas, sufís y los propios sunitas hanafíes, malikitas y shafiís. Exportan masivamente su secta a países europeos, Norteamérica, A.L, África, Pakistán, Afganistán, la India, Indonesia, Malasia, el Cáucaso ruso, y la propia China.
Y el mundo, especialmente occidental, no tiene como enfrentar este fenómeno, porque parece creer que es un movimiento de piadosos que casi siempre están mirando al suelo para que “el mundo pecaminoso de Occidente” no los contamine con su “lujuria” y “decadencia moral”.
Más del 80 % de los centros islámicos, mezquitas, madrasas, revistas, libros, websites, canales de TV, emisoras, supuestas agencias de noticias, y ONG pertenecen a esta siniestra secta. A su vez, el salafismo compite en una carrera desenfrenada y a muerte con la propaganda religiosa e ideológica del chiísmo yafari revolucionario que exporta Irán, Irak y Líbano. Por cada organización que fundan chiítas en occidente, los salafíes establecen cuatro.
Otra razón por la que el salafismo–wahabismo-takfirismo es una amenaza para la civilización occidental es su concepción de que todo lo que no es el mundo islámico pertenece a la era de la ignorancia (yahilia) y al mundo de la guerra (dar al-harb). Su visión ontológica es la del enemigo absoluto, no es relativo, y mucho menos la del contradictor.
Su interpretación literal de algunos versos del Corán, sacándolos de su contexto cultural e histórico, y la reducción de una rica cosmovisión espiritual a simples seudorazonamientos jurídicos les hacen negar de plano la experiencia de la humanidad que ha venido construyendo a través de las eras diversas religiones y civilizaciones en torno al ser universal (Dios).
Para los salafies el amor a la cultura, al folclor tradicional, la patria y sus símbolos, a los grandes héroes, a los mausoleos de los profetas, santos y grandes hombres es idolatría y estos lugares deben ser destruidos y sus visitantes merecen la muerte. Esta es la razón por la que las bombas que hacen explotar en diversos lugares simbólicos para Oriente y Occidente es la única música digna para sus oídos.
El epicentro y núcleo atómico del Islam clásico sunita, chiíta, y sufí fue el amor a la sabiduría y el amor al género humano. Este accionar les permitió enamorar e influir positivamente en todas las civilizaciones de la humanidad.
El epicentro del salafismo es el odio fanático, los castigos, la reclusión e invisibilización de la mujer, las guerras en el nombre del dios de su violencia (su falsa yihad). Esta es la doctrina madre de Al-Qaeda, los talibanes, Al-Nusra, Boko Haram, Al Shabab, el supuesto Estado Islámico (Isis) y los “hermanos musulmanes” con sus filiales más peligrosas en Siria, Egipto, Libia y Líbano.
Cada día, la extrema permisividad con el salafismo por parte de gobiernos occidentales nos recuerda los años treinta, cuando elites europeas no entendieron el peligro del nazismo, y que cuando reaccionaron, era muy tarde.
La pérdida de perspectiva es de tal magnitud que existe una fuerte controversia en la tierra de Voltaire, porque recientemente el gobierno francés condecoró con la Legión de Honor a un príncipe saudí de ideología salafí.
El mundo occidental, América Latina y el propio mundo musulmán deben vigilar esta secta que destruye cimientos de cualquier civilización donde la dejan establecerse. Urge una reforma de la academia que estudie con seriedad el hecho religioso, y promueva el diálogo entre credos como respuesta al odio.*Abogado de la Universidad Libre y cofundador del Centro Cultural Islámico. Miembro del Comite Asesor Interreligioso del Ministerio del Interior.