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Afganistán está en riesgo de una guerra civil

El ataque terrorista, que dejó más de 200 muertos y reivindicó Isis-K, tiene en alerta a EE. UU. y a talibanes.

  • El atentado fue reivindicado por la filial del auto denominado Estado Islámico (EI), EI-Khorasan (EIIL-K), un grupo que podría tener entre 500, 1.500 o hasta 10.000 personas. FOTO EFE
    El atentado fue reivindicado por la filial del auto denominado Estado Islámico (EI), EI-Khorasan (EIIL-K), un grupo que podría tener entre 500, 1.500 o hasta 10.000 personas. FOTO EFE
  • Afganistán está en riesgo de una guerra civil
28 de agosto de 2021
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La fila sigue ahí. Los muertos no se han terminado de contar, rondando ya los 200, y los vivos apenas se alcanzan a cubrir las heridas; alguna esquirla de la bomba sigue seguramente allí donde explotó, sin que el polvo aún la cubra; las banderas extranjeras no han salido de su luto, ondeando a media asta; la zozobra ronda entre las alertas:“el riesgo continúa”, avisan las embajadas. No les importa. Miles de afganos seguían esperando este jueves la oportunidad de subir a los últimos aviones que despegan con destino hacia Occidente.

En las afueras del aeropuerto de Kabul los talibanes hacen rondas balanceando varas de madera, porras con cadenas envueltas en plástico. Ocasionalmente, informan los medios que siguen en la capital de Afganistán, disparan uno o dos tiros al aire para intimidar a la multitud. Esta, pasmada, mira atenta el despegue de los aviones. Los alemanes, los belgas, los húngaros, holandeses, turcos, franceses, daneses y polacos ya finalizaron su evacuación.

Los estadounidenses y los ingleses esperan hacerlo el martes 31 de agosto. La ventana de oportunidad para huir de alrededor de 5.400 personas que siguen aguardando en el aeropuerto de Kabul, según el Pentágono, se cierra con el paso de cada segundo. Las promesas ya no se asientan tanto en el presente como en el futuro. Los enemigos de ayer se tantean hoy, un paso adelante, otro atrás, en la formación de nuevas alianzas con un único objetivo: controlar Afganistán.

“El ataque ratifica que los talibanes tienen muchos enemigos internos”, explica Óscar Palma, docente de la Universidad del Rosario y master en Estudios en Seguridad Internacional de la Universidad de Leicester, “tienen una resistencia fuerte, concentrada hoy en el valle de Panjshir, a 150 kilómetros de Kabul, y tienen en contra a organizaciones terroristas transnacionales”. Una de ellas, responsable del ataque.

Se trata de la filial del auto denominado Estado Islámico (EI), EI-Khorasan (EIIL-K), cuyo peligro ya se había advertido. El pasado 21 de julio fue presentado al Consejo de Seguridad de la Onu un informe en el que se señalaba que dicha célula había “reforzado sus posiciones en Kabul y sus alrededores, donde lleva a cabo la mayoría de sus ataques”. Según los investigadores, el número de combatientes no está claro: podrían ser 500, 1.500 o incluso alcanzar los 10.000.

Sí parece una verdad que muchos de los que luchan del lado del EI en Afganistán lo hacen descreídos de lo que consideran una aplicación “laxa” de la sharia, ley islámica, por parte de los talibanes. Dice el informe de la ONU que “en sus esfuerzos por resurgir, el EIIL-K ha dado prioridad al reclutamiento y la formación de nuevos partidarios; sus dirigentes esperan atraer a los talibanes intransigentes y a otros militantes que rechazan el Acuerdo de paz entre Estados Unidos y los talibanes”.

Dicho acuerdo, firmado en 2020 durante la administración de Donald Trump, aseguraba que en un eventual gobierno talibán este se iba a comprometer a no permitir que desde su territorio se planearan o se ejecutaron acciones que amenazaran la seguridad de EE. UU. Hoy, a pocas horas de que la retirada total de tropas y personal norteamericano se consuma, la promesa está lejos de tener viabilidad.

Alianzas para el futuro

Habría que remontarse a 2011 para encontrar tantos nombres estadounidenses en una lista de bajas. El 27 de abril de ese año ocho miembros de la Fuerza Aérea de EE. UU. murieron producto de un tiroteo en el aeropuerto de Kabul. En las cercanías de allí mismo, 10 años después, 13 más han dejado su vida. “Son unos héroes”, los calificó Joe Biden en un discurso en la Casa Blanca.

“Prometió venganza. Perseguir a los culpables en un tono y unas palabras muy de la época de George W. Bush en 2001, después de los atentados del 11 de septiembre, pero Estados Unidos no es el mismo de esa época y tampoco el mundo”, señala Manuel Alejandro Rayran Cortés, magíster en Diplomacia y Resolución de Conflictos de la Universidad Católica de Lovaina y docente de la Universidad Externado, “en ese momento EE. UU. era la primera potencia del mundo indiscutible. Pero escuchar a Biden decir eso en medio de la huida de sus tropas de Afganistán, no tiene sentido. Que EE. UU. sea realista con su papel es fundamental para procurar la estabilidad del país”.

Talibanes y norteamericanos se encuentran en un callejón sin salidas. Después de estar 20 años en guerra parecen obligados a entenderse. Se enfrentan a procurar “una especie de acomodamiento que permita mantener unas relaciones funcionales”, explica Palma, “si bien es pronto para hablar de alianzas y de una relación totalmente pacífica, puede existir una colaboración para enfrentar una amenaza grave para ambos”. Hay indicios de la asimilación de la nueva realidad estratégica.

Aún en medio del caos del atentado Biden dejó claro desde el principio la ausencia de información que apuntara a alguna relación de los talibanes con el ataque. Y estos, de hecho, lo rechazaron categóricamente. Un día después los exinsurgentes le solicitaron al gobierno norteamericano tener una presencia en el país.

Afganistán está en riesgo de guerra civil

“Nos han dejado muy claro en nuestra comunicación que les gustaría que se mantuviera una presencia diplomática estadounidense”, dijo este viernes el portavoz del Departamento de Estado, Ned Price, si bien señaló a continuación que Washington necesitará más garantías antes de tomar cualquier decisión. “La Casa Blanca, y la comunidad internacional en general, debe proponerse crear unos espacios propicios para que las diferentes facciones afganas se sienten a negociar”, señala Rayran, “unos diálogos que tengan en cuenta a las diversas etnias, identidades y religiones. Y que los garantes de dichos acuerdos sean las potencias regionales. Si no se abren esos espacios, Afganistán tenderá nuevamente a una guerra civil como la vivida entre 1993-96”.

El riesgo parece inminente. En la provincia de Panshir siguen resistiendo los últimos reductos antitalibanes. En declaraciones a la agencia Reuters su líder, Ahmad Massoud, ha pedido negociaciones y la formación de un gobierno afgano diverso. “Queremos que los talibanes se den cuenta de que la única forma de avanzar es a través de la negociación. No queremos que estalle una guerra”, dijo Massoud desde el valle de Panshir. Hacia esta zona del noroeste del país han migrado cientos de personas.

Seguramente llegarán más cuando el aeropuerto de Kabul deje de estar en manos occidentales. Mientras la atención del mundo se centra en los aviones que despegan allí, en los que han salido 100.100 personas, dijo la Casa Blanca, otra diáspora llega a las puertas de Pakistán. Miles de afganos se agolpan en el paso fronterizo de Spin Boldak, exigiendo por sus vidas.

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