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En las montañas de Antioquia descubrieron un singular frailejón

Investigadores hallaron una nueva especie en el páramo de Sonsón. Así fue el descubrimiento.

  • Los senderos que recorrieron los biólogos hace cuatro años al iniciar la investigación son los mismos que, dos veces al mes, recorre Alberto Hincapié como guía turístico ocasional. En la foto, la cumbre del cerro Las Palomas, hogar del frailejón. FOTO esteban vanegas
    Los senderos que recorrieron los biólogos hace cuatro años al iniciar la investigación son los mismos que, dos veces al mes, recorre Alberto Hincapié como guía turístico ocasional. En la foto, la cumbre del cerro Las Palomas, hogar del frailejón. FOTO esteban vanegas
  • La especie de Espeletia restricta fue encontrada a 3.300 metros de altura en el páramo de Sonsón, Oriente antioqueño. FOTO: Esteban Vanegas.
    La especie de Espeletia restricta fue encontrada a 3.300 metros de altura en el páramo de Sonsón, Oriente antioqueño. FOTO: Esteban Vanegas.
  • Antes de su descripción como nueva especie, era confundida con la Espeletia Occidentalis de Belmira. FOTO: Esteban Vanegas.
    Antes de su descripción como nueva especie, era confundida con la Espeletia Occidentalis de Belmira. FOTO: Esteban Vanegas.
  • La especie está localizada en lo alto del cerro de Las Palomas, uno de los que conforma el páramo de Sonsón. FOTO: Esteban Vanegas
    La especie está localizada en lo alto del cerro de Las Palomas, uno de los que conforma el páramo de Sonsón. FOTO: Esteban Vanegas
  • Visita al cerro de Las Palomas en el páramo de Sonsón, en donde se encuentra la nueva especie de frailejón (Espeletia restricta) identificada recientemente. FOTO: Esteban Vanegas.
    Visita al cerro de Las Palomas en el páramo de Sonsón, en donde se encuentra la nueva especie de frailejón ( Espeletia restricta) identificada recientemente. FOTO: Esteban Vanegas.
En busca de un singular frailejón antioqueño
31 de mayo de 2020
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Hace casi tres horas que llueve y Alberto, que avanza escalando entre la trocha y el fango, lleva la ropa pesada por el agua como si fuera otra maleta más. El relato de este viaje y de otros similares es, precisamente, una historia sobre existir y tener un nombre.

Al bosque altoandino, por los mismos senderos en los que a Alberto lo alcanza la lluvia, llegó el investigador Fernando Alzate Guarín hace cuatro años para alistar un campamento junto a su equipo de biólogos. Ahí empezó el descubrimiento de una especie nueva de frailejón del páramo de Sonsón que, en palabras del propio Alzate, es tan única que debería estar en el escudo del municipio.

Fernando se considera un hombre de montaña. De un páramo es fácil enamorarse, dice, porque allí todo es particular: desde cómo crecen las plantas, que se apiñan en formaciones haciendo cojines, hasta los jardines que parecen diseñados al gusto del mejor de los paisajistas.

Llegar a la cima es el encanto. Para subir al cerro Las Palomas, que el campesino Alberto recorre en dos horas y media junto a su perra Chiquilla, un principiante necesita hasta cinco horas solo de ascenso y quizás piense en que no va a sobrevivir a las otras cuatro horas de descenso.

A veces, como menciona Alzate, hay que “sufrir horrible para llegar”, esquivar raíces, arbustos espinosos, subir por escalones improvisados de madera en la pura peladura de la roca, andar por caminos tan estrechos como el propio cuerpo.

Alberto Hincapié Panesso, que tiene 72 años, lleva cuatro décadas subiendo al páramo de Sonsón al menos dos veces al mes. Se sabe de memoria el mapa, al igual que Chiquilla. Los senderos los hicieron caminando, con las mismas rutas repetidas hasta alcanzar la cumbre una y otra vez. Todo empezó cuando una tarde su hermano le dijo: “Alberto, ¿usted es berraco?” y lo incitó a hacerse paso al monte. Tardó tres domingos rompiendo la maleza.

El mismo trayecto lo ha recorrido Fernando con su equipo muchas veces, desde 2013, cuando iniciaron el proyecto “Exploración Antioquia”, bajo la premisa de hacer una revisión botánica exhaustiva del páramo de Sonsón y algunos de sus cerros más emblemáticos, como La Vieja, Las Palomas y Norí. Este viaje de observación lo financió la Universidad de Antioquia, luego apoyado por el Instituto Von Humboldt.

Estas travesías al páramo, como las que Alberto Hincapié hace de vez en cuando en solitario o en compañía de turistas, fueron siempre la afición preferida de Fernando. La mejor parte son, quizás, las plantas y animales todavía sin clasificar, confundidos con otras especies como si estuvieran torpemente archivados y ocultos al ojo humano por quién sabe cuánto tiempo.

El primer aprendizaje de este proceso es que un páramo es como ver una fotografía vieja. Por la poca intervención humana y sus difíciles condiciones de acceso, la naturaleza allí es tal cual era hace 500 años. “Es una buena forma de ver lo que hemos tenido”, aclara Fernando.

Un panorama como el que hoy existe en Sonsón es probablemente el mismo que encontró, durante la guerra civil española, el botánico y taxónomo José Cuatrecasas Arumí. Las investigaciones de este buen observador fueron el antecedente que luego le serviría al equipo de Alzate Guarín para saber que estaban ante un gran descubrimiento.

Cuatrecasas llegó a Colombia y se hizo experto en la flora del país. Planteó que en la cordillera Occidental habitan dos especies de frailejón: la Espeletia frontinoensis junto a la Espeletia prefrontina. En la cordillera Central describió también a la Espeletia occidentalis.

Tras varios años de esculcar el páramo de Sonsón y luego de colectar muchas muestras, el profesor de la Universidad de Antioquia y sus estudiantes notaron que el frailejón de esta zona era diferente a las tres especies propuestas por Cuatrecasas. Se parecía al frailejón del páramo de Belmira, que es Espeletia occidentalis, pero algo no cuadraba.

La duda aumentó, así que llevaron sus muestras a Santiago Díaz Piedrahita, un juicioso estudiante de Cuatrecasas, conocedor de las espeletias. Tras revisar las características del frailejón de Sonsón y compararlas con los otros, la conclusión fue clara: se trataba de una especie no descrita.

Nombrar para proteger

El camino para describir una nueva especie es un intento de confirmar, ante evaluadores externos, la unicidad de un hallazgo. Se parte de una hipótesis, dice Fernando, en la que el taxónomo suma evidencias para probar que ese ejemplar es distinto a lo antes visto.

En el caso del frailejón de Sonsón, reunir estas pruebas les tomó varios días de campamento en la base de la montaña, tomando porciones de la planta bajo el sol canicular de la tarde. Fueron varias jornadas, también, de organización del material protegido en pedazos de periódico, en medio de las noches de páramo que pueden alcanzar los 0 grados celsius y quizás llevar a alguien a la hipotermia.

Una de las primeras señales de que se trataba de una nueva especie fue el color. El frailejón de Sonsón es de un tono amarillo oro incandescente. La Espeletia occidentalis, la del Norte de Antioquia, es más grisácea. Así vinieron otras pistas: inflorescencias más cortas de lo esperado, número de flores y diferencias en tamaño.

Con todas esas certezas solo quedaba confirmar esta revelación con pruebas moleculares. Pero, agrega Fernando, “la planta parecía condenada a no darnos ADN. Lo probamos con mil protocolos y no funcionaba”. Los tricomas del frailejón —que son como pelos sobre la hoja— no les permitirían tomar el análisis.

Tuvieron que sentarse con una cuchilla, al Sol, a rasurar una porción de la planta hasta obtener el ADN. Este fue el último paso que necesitaban para corroborar su intuición: el frailejón sonsoneño era otra cosa. Un nuevo emblema de la expedición botánica local.

Así que para darle su lugar debido en el mundo lo que procedía era postular el estudio a una revista internacional. O, como dice Fernando, “publica... y reinarás”. Eligieron la revista académica Phytotaxa, especializada en monografías botánicas.

Un comité de evaluación revisó la propuesta como si se tratara de un expediente: la descripción de cada uno de los caracteres que hacían a esta planta única, desde la disposición de sus flores hasta la venación de las hojas. La taxonomía botánica es una disciplina que sabe observar y seleccionar. El proceso de arbitraje tomó un año completo.

Hasta que llegó el anuncio, la buena noticia. Descubrir una especie es como un parto, comenta el investigador. “Este fue uno muy largo, de más de cuatro años, como el parto de un elefante”. Así nació para la historia la Espeletia restricta, endémica del páramo del Oriente antioqueño.

El único en la montaña

En lo alto del cerro Las Palomas, hogar del Espeletia restricta, Alberto termina un sánduche luego de una buena mañana de escalada. Con los pantalones empantanados hasta la rodilla por el aguacero comenta que el buen tiempo para los caminos es el verano.

Y recuerda que hace unos veinte años el páramo pasó por sus vacas flacas: estaba “muy aporreado por el ser humano”, por esa época en la que los vecinos subían hasta la cumbre por carbón, tumbando la madera y las varas para sembrar tomate o frijol. “Ahora está protegido”, dice.

Ponerle nombre a una nueva especie es como bautizar un hijo. Fernando no tiene hijos, pero sí varios hallazgos botánicos, así que siempre elige el nombre “con mucho respeto y cuidado para evitar que le hagan bullying a la planta como a los muchachos cuando les ponen nombres ridículos”. Espeletia sonsoneña le parecía cacofónico y repetitivo. Así que escogieron Espeletia restricta aludiendo a que tenía una distribución extremadamente restringida en el páramo de Sonsón.

Esto quiere decir que la única población densa de su tipo está en una zona pequeña y limitada de la montaña, un área de 100 metros de largo por diez de ancho. Entonces, si cae un rayo ahí, por ejemplo, todos los individuos de este frailejón se quemarían y extinguirían. Por eso, la protección de la especie es urgente (ver recuadro).

Los investigadores aluden a este ejemplar, también, como una especie “sombrilla”. Dado que el páramo de Sonsón tiene en Antioquia unas 3.400 hectáreas y alrededor de 250 especies de plantas, crear un plan de conservación para el Espeletia restricta permitiría proteger al resto de la flora y fauna que conforma el ecosistema. Todo está conectado.

Las especies, apunta el investigador Fernando, existen y tienen una vida aunque los seres humanos aún no las reconozcan. El asunto radica en que si no hay alguien que las saque del anonimato, van a pasar desapercibidas para siempre.

El frailejón de Sonsón, por ejemplo, aparecía identificado con el nombre del ejemplar de Belmira, Espeletia occidentalis. El peso de una mala identificación se cobra caro. Diezma los esfuerzos de protección.

“Cuando decimos que la especie de Sonsón no es la misma que la de Belmira, reconocemos que debe ser tratada con suma precaución ya que tiene un grado de peligro de extinción. El discurso cambia. Pasamos de tener una planta que habita en todos los Andes a tener un endemismo de solo una montaña”, concluye Fernando.

Y el Espeletia restricta tiene un gran valor: son de lento crecimiento, reguladoras hídricas, brindan alimento a animales como insectos.

Por eso es que el discurso cambia cuando el mundo es consciente de su singularidad. Hay plantas como el helecho marranero o el trébol de flores blancas que están en los cinco continentes, pero existen también riquezas como la de este frailejón, que solo nace en el pico de un abismo antioqueño y que hoy tiene, por fin, su propio nombre y apellido.

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