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Aprender a ser salvaje en el zoo para ir a la selva

Todavía no aúlla, pero ya come alimentos sólidos y se separa de su madre. Es la primera vez que nace un mono aullador rojo en el Santa Fe. Se irá pronto.

  • La cría ya cumplió tres meses. FOTOS Esteban Vanegas y Juan Sánchez
    La cría ya cumplió tres meses. FOTOS Esteban Vanegas y Juan Sánchez
  • Aprender a ser salvaje en el zoo para ir a la selva
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25 de septiembre de 2019
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Nació en algún momento del amanecer del ocho de junio de 2019. Sábado. Pesó 700 gramos (menos, porque no lo pesaron ahí mismo). Pasó seis meses en la panza de su mamá. Nadie humano le ayudó a nacer (tampoco ningún mono, porque lo normal es que ella se aleje a parir y se coma la placenta, y porque nadie humano vio, no eran horas laborales). Nació en lo alto de la jaula, acompañado, de lejos, por el padre y cinco monos aulladores rojos. Tres hembras, dos machos. Él es macho, pero eso se supo hace poco, porque mejor que no conozca mucho a nadie que no sea como él. Su mamá es Carito, su papá es Pacho (cada vez se les dice menos así) y él no tiene nombre, aunque Marta Yarce, la cuidadora, lo llama bebecito cabezón porque es frentón, comenta ella, como el papá.

Ella y él

Es la primera vez que nace un mono aullador rojo en el zoológico Santa Fe como parte del programa de Conservación, rehabilitación y reintroducción de esta especie, la Alouatta seniculus, en el lenguaje científico. El proyecto empezó en 1998, en La Pintada, luego pasó a Jericó y luego al parque en Medellín, en 2014. En la época de La Pintada nació un monito, pero realmente no les tocó porque la mamá quedó libre antes de parir. No había pasado, las liberaciones se dan casi siempre antes de que estos primates lleguen a la madurez sexual, que es para ellas entre los tres y medio y los cuatro y medio años, y para ellos entre los cuatro y ocho meses y los cinco y medio, más hacia el final, pero esta vez se adelantaron, sin ser anormal, dice Catalina Díaz Vasco, bióloga y coordinadora de Fauna y Flora: lo tuvieron en la parte más prematura del espectro. Ella tiene, aproximadamente, tres años y ocho meses; él unos cuatro y diez meses.

Aprender a ser salvaje en el zoo para ir a la selva

Carito llegó un 30 de enero, era 2016. Venía desde Bucaramanga, no se sabe más. Les entregan los individuos sin contar las historias detrás. Los monos van al zoológico porque la autoridad ambiental los lleva por decomisos o entregas voluntarias de personas que los tienen de mascotas o los compran, como no debería ser, nunca (incentiva el negocio), por pesar. Llegan por tráfico, de diferentes lugares del país. Jonathan Álvarez Cardona, el veterinario, explica que no son una especie amenazada, pero el programa existe por ser de las que más se trafica. El relato es triste: para atraparlos deben matar a la madre. Es su pelaje, sus ojos (se parecen a los de los humanos), su cara despejada, negra, su encanto natural (si ve a un bebé lo quiere abrazar, seguro).

Marta recuerda que a Carito no le dio tetero. No era tan chiquita. Ya no se acuerda si fue la que llegó con una herida en el cuello, porque a veces les ponen collares de perro que les hacen daño, o si quizá fue la de la herida en la cola. Ha cuidado tantos monos aulladores rojos, o cotudos, como igual se les conoce, que se le van olvidando los detalles, menos uno: casi todos llegan maltratados.

Pacho ingresó el 5 de diciembre de 2014. Tampoco era un bebé, tampoco hubo que darle tetero. Fue el macho dominante desde el principio. Se le notó muy rápido. Cuando hacen ejercicios para entrenarlos, y ponen dentro de esa jaula grandota a una boa o a un tigrillo para que los aprendan a reconocer y huyan y en la selva se monten a lo más alto de los árboles, él corre malla arriba y los reúne a todos y todos se hacen a su lado, detrás: los está cuidando.

–Me parece que les va a ir muy bien. Son muy unidos –comenta Marta.

Aprender a ser salvaje en el zoo para ir a la selva

Sus primeros pasos

El otro día, bebé cabezón estaba explorando en el recipiente del agua. Todavía no sabe tomarla, pero ahí estaba él, mirando. La coca no es honda (hay que cuidar que no se ahogue). La quería probar, sin saber cómo, y terminó con la cara metida, todo mojado. La cuidadora se rió desde afuera.

El jueves que estaba con la mamá, la mamá comiendo lechuga, él pegado a ella, también quiso lechuga. Porque el bebé sin nombre, aunque todavía se alimenta de leche materna (lo hará hasta los diez meses, mínimo), ya quiere comer hojas (es que ya tiene más de dos meses, y a esa edad empiezan con alimentos sólidos). Los monos aulladores rojos se alimentan de hojas, de tallos y de frutas, y cuenta Jonathan que a estos les gustan las flores del guayacán, uno que está cerca.

El bebé sin nombre ya se sienta en el piso a intentar comer manzana, pero como todavía las manos no le dan para esa manzana partida a la mitad (como ya están en la jaula grande, todo es más grande, más cerca a lo natural), la manzana se va yendo y él va detrás, tratando de morder.

Todavía no aulla (esa vocalización que hacen los de su especie y que suena durísimo. Jonathan dice que son de los monos más ruidosos del mundo). Marta ni siquiera lo ha escuchado llorar: es que esos micos que lo acompañan, dice literal, lo quieren mucho y no tiene ni que chillar. Está muy bebé.

Las otras monas, que son juveniles, ya hacen de niñeras, y él se deja.

Su familia

El papá se acerca, aún no lo carga. O no lo han visto los humanos. Jonathan expresa que en los titís y otras especies es normal que los machos ayuden a cuidarlo. También es que están aprendiendo, por eso de ser la primera vez. Ellos solo observan cómo se desarrolla un mono aullador como debe ser: con sus padres.

Carito resultó una buena mamá. Si ve que un alguien no parecido a ella se arrima, lo coge y se lo lleva. Lo amamanta desde el principio, lo ha cuidado, lo defiende. Ella es, precisa Jonathan, de las monas agresivas que tienen, finalmente es la dominante del grupo. Había miedo, porque es primeriza y cuando están en cautiverio los comportamientos son distintos. Catalina explica que pueden no tener la habilidad materna natural.

Una de las posibilidades era que lo rechazara, que hubiese sido terrible porque lo habrían tenido que cuidar en el zoológico, sin mamá, en un proceso de rehabilitación como el que hacen los demás que llegan, y no es lo mismo. Nunca. Otra era que los demás se lo quitaran, y ahí hubiese sido un problema grupal, quizá habrían tenido que separarlos.

Todo fluyó, sin embargo, y eso significa que tienen una pareja dominante fuerte, que hicieron un buen trabajo de socialización, que ya están terminando su aprendizaje y están listos para irse. Es la consolidación de un proceso, precisa Jonathan: los monos están preparados para conformar una familia. La reproducción es confirmación, añade Catalina, de que todo marcha en orden, que el trabajo de dos años está dando frutos, que el grupo se está comportando como debe hacerlo y que quedó bien conformado. Es una prueba real. La liberación es un acto de fe, aquí van más seguros. Porque si estuvieran mal, no se hubiesen reproducido.

Por estos días terminan de adaptarse. No hay fecha para que dejen el zoológico, pero ya casi. Siguen con sus entrenamientos para identificar a los depredadores (les llevan olores, por ejemplo) y se están terminando de adaptar a su dieta, a encontrarla, porque ya no habrá ninguna Marta que les pique las frutas. También a buscar refugio, a mantenerse en la copa de los árboles para estar a salvo, y una muy importante: evitar a los humanos. Por eso si la cuidadora los ve en el piso les tira agua con manguera: deben sobrevivir en el bosque y que no los vuelvan a atrapar.

El bebecito cabezón crecerá en la selva, lo criarán sus padres y aprenderá de ellos y de los otros. Le van a dar todo de forma natural. Por eso ya come apio, ya los vio en esas, y cuando esté en su nueva casa aprenderá de los depredadores porque los verá de verdad. No habrá ayuda humana, no la necesitará. Nadie nunca le habrá hecho daño. La mamá llevará un collar satelital (será la primera vez que lo usen) y así los del zoo podrán revisar diariamente por GPS dónde duermen, qué hacen, qué comen. Podrán saber si el monito aullador rojo está bien.

Aprender a ser salvaje en el zoo para ir a la selva

El embarazo

Ya los habían visto haciendo el amor (en términos formales en un evento de cópula), pero pues estaban jóvenes, quién iba a saberlo. En una de las revisiones que les hacen para examinar que estén bien, la ecografía les confirmó la sospecha: Carito en embarazo (o según Marta, salió preñada). Tenía un mes y un poquito.

Y ahí empezó la cuidadora a sufrir: en la jaula en la que están, que es la de preliberación, ella debe estar pendiente de sus necesidades, pero no hablarles, no tocarlos, no acariciarlos: ya se van a ir. La puede, y eso hizo, observar, mucho: así que la vio engordar, y ella que sí se engordó. Los últimos días fueron de preocupación: le miraba la vulva, le decía a su jefe que ya iba a nacer porque la veía inflamada, él decía que todavía no, así que miraba y miraba, le daba susto que el bebé naciera y se cayera de eso tan alto.

La naturaleza es sabia, piensa ahora.

Ese día hizo el conteo diario tan pronto llegó. Los vio en fila, uno detrás de otro, allá arriba. No estaba ella. Se asustó, aunque no mucho: si estuviera muerta la hubiese encontrado en el piso. Entró y la divisó arriba, arriba, con su bebé pegado al pecho. Qué felicidad.

–Le fue superbien. Es que allá en el monte nadie les va a ayudar.

Un buen indicio de que todo estuvo bien, explica el veterinario, es que la hembra estaba en la parte más alta con el bebé. No dejó que se le acercara nadie, ni los otros monos, que se mantuvieron curiosos a la distancia. Fueron, más o menos, unos tres días de respeto, en silencio, ellos que son tan bullosos. Tan aulladores. Carito casi no comió, tomó el sol. Después, poco a poco retomaron la rutina.

Marta cree que la jaula grande ayudó a que se enamoraran. Fue ahí, en un hábitat más amplio, cuando los vio tan unidos.

Independencia

El monito sin nombre es muy ágil. Si bien camina tambaléandose ya se sube a la malla y usa la cola. La cuidadora, que ha visto crecer tantos otros, sabe que a su edad, los suyos, esos a los que dejaron sin mamá y ella les da papilla, se demoran mucho para comer solos, y él ya intenta. A los dos meses y medio los otros apenas están aprendiendo a utilizar la cola, y él ya anda recorriendo la jaula, soltándose de la mamá, compartiendo con sus compañeros. Aún es muy dependiente, pero para la edad, responde Marta, qué independiente lo ve. La curva de aprendizaje, confirma la bióloga, es muy distinta a los que han tenido: es muy hábil en locomoción y ya se separa de la mamá. Incluso es más grande que los que tienen cercanos a su edad: hay unos de cuatro meses que están de su tamaño, y lloran, a veces, cuenta Marta.

Él no. Cabezoncito tiene mamá y papá, y una familia. Nació bien, con esa capacidad que tienen los primates de agarrarse al pelaje de la madre, primero en el pecho, luego en la espalda. Ella se puede mover y él no se suelta. Tiene buena fuerza y agarre. Recién nacido no se sentaba para nada, ahora camina solito, a veces. La madre va decidiendo qué le deja hacer.

Hoy cumple tres meses y 14 días. También unas cuantas horas desde esa vez que Carito se subió muy alto, se escondió y apareció con él. Entonces no fueron más un grupo de siete. Ese sábado en la mañana, el número era ocho.

Monito sin nombre se irá pronto. Se llamará como el bosque lo nombre, porque para cuando se termine este año, estará en la selva. Eso esperan.

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