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Encima de piedras grisáceas y enormes, como huevos prehistóricos, se debe agudizar la escucha para sentir el paso de un hilo de agua que tiene que hacer piruetas para terminar su descenso por la ladera oriental de Medellín. La Santa Elena, la encopetada quebrada en cuyas márgenes se fundó la villa y cuyas aguas alimentaron los primeros acueductos y encendieron las primeras bombillas eléctricas, hoy es un suspiro.
Sus niveles bajaron tanto que se puede cruzar solo sumergiendo los tobillos. El caudal mínimo para alimentar la planta de la que dependen 6.000 conexiones en 10 barrios del oriente de la ciudad, es de 60 litros por segundo (lts./seg.) y esta semana estaba en 39. Por eso este mes se ha interrumpido el servicio, incluso, durante 18 horas diarias. “Toca madrugar más para dejar todo listo aunque los trastos quedan sucios”, contó Yudiana Sepúlveda, habitante del barrio Ocho de Marzo.
El racionamiento también afectó, a mediados de febrero, al occidente de la ciudad, porque debido a los bajos caudales en la quebrada La Iguaná, fuente hídrica de la planta de San Cristóbal, hubo interrupción a 3.332 viviendas.
Pero la sed, que en las zonas afectadas de Medellín es suplida con carrotanques o fuentes públicas en las esquinas, es más evidente en cinco municipios de Antioquia: Arboletes y San Juan de Urabá (ambos en calamidad pública), además de Necoclí y Carepa (también en Urabá) y Puerto Berrío (Magdalena Medio).
En Arboletes, por ejemplo, el desabastecimiento de agua, que supera los 40 días, tiene afectados a 17.000 habitantes del casco urbano. La alcaldesa Diana Stella Garrido habló de la necesidad de generar un plan de contingencia que, estima, requiere $ 10.552 millones. Dijo que explorarán nuevas fuentes de abastecimiento.
En San Juan de Urabá, municipio vecino de Arboletes, 4.000 habitantes rurales sufren los rigores de la sequía.
La tierra cada vez tiene más sed durante las temporadas secas —la actual está llegando a su fin para dar paso a la primera época de lluvia que, espera el Ideam, vaya de mediados de marzo hasta mayo— y está tocando con fuerza la puerta de Antioquia. No hay alarma pero sí reflexiones y planes por ejecutar.
El departamento está conformado por dos áreas hidrográficas: la del Caribe, que ocupa 30,4 % de la superficie, y la del Magdalena-Cauca con 60,6 %.
De igual forma, las zonas hidrográficas se dividen en subzonas. De las 309 que cubren el territorio nacional, Antioquia está cubierta por 26.
Para verificar el grado de fragilidad del sistema hídrico para mantener una oferta en el abastecimiento de agua ante amenazas climáticas, fue creado el Índice de Vulnerabilidad al Desabastecimiento Hídrico (IVH). Según un estudio de la Universidad de Antioquia (2018), de las 26 subzonas, cuatro tienen IVH muy bajo; 16, bajo; y 6, medio. Es decir que el departamento no tiene urgencias con el líquido.
Ahora bien, según el Anuario Estadístico de 2018 realizado por el Departamento de Planeación de Antioquia, la cobertura de agua potable en la zona rural del territorio es del 25,84 %, mientras que en la zona urbana es de 97 %.
La cadena de suministro en el Valle de Aburrá es robusta. Jorge William Ramírez, gerente de provisión de Aguas de EPM, explicó que el 92 % del sistema interconectado metropolitano se abastece de tres embalses que registran niveles aceptables a pesar del actual verano: La Fe (84 %), Río Grande II (80 %) y Piedras Blancas (77 %). El restante 8 % se abastece de 27 fuentes hídricas. Dos de estas —Santa Elena y La Iguaná— son las que presentan niveles bajos.
El gobernador Aníbal Gaviria Correa declaró el estado de emergencia climática el 18 de febrero, con el propósito de definir una ruta clara para mitigar los efectos nocivos del calentamiento global en el departamento. Si bien dicha declaratoria no tiene regulación normativa en Colombia, justificó la determinación en los hechos complejos que vienen sucediendo: aumento de temperatura, incendios forestales, deterioro de la calidad del aire y desabastecimiento del agua.
Para Claudia Patricia Wilches, gerente de Servicios Públicos de Antioquia, la emergencia climática es un llamado de atención para que la sociedad civil tome conciencia. “Se deben generar políticas tendientes a evitar que se siga afectando el agua. Es responsabilidad de todos”, dijo.
La Gobernación adelantará un plan de reforestación, sobre todo en subregiones afectadas por la minería ilegal, con la siembra de 25 a 30 millones de árboles entre 2020 y 2023.
EPM, por su parte, prevé una inversión de $8,3 billones en los próximos 10 años para garantizar la demanda futura de agua potable, además de fortalecer los planes de protección de quebradas. Anunció que el problema de suministro en el oriente de Medellín se resolverá en 2021, cuando se presupuesta que la zona quede interconectada y ya dependa de los tres embalses.
Santiago Arango Aramburo, ingeniero civil de la Universidad Nacional de Colombia e investigador en cambio climático, dijo que uno de los principales problemas a atacar, relacionado con el suministro de agua, es la deforestación. “Es una oportunidad para buscar proyectos productivos que no riñan con los objetivos ambientales”, anotó.
Para Jaime Ignacio Vélez Upegui, profesor del Departamento de Geociencia y Medio Ambiente de la Facultad de Minas de la Universidad Nacional (UN), el agua no debe ser un problema en Antioquia si se hace una gestión adecuada y si se le da continuidad a los programas de conexión.
“Cuando hay escasez se proponen nuevas infraestructuras y redes. Se empiezan a estructurar proyectos, pero cuando llueve todos vuelven a tener agua y entonces se priorizan otras cosas. Y vuelve la temporada seca y regresan los problemas”, sintetizó.
Afirmó que con el cambio climático no van a pasar cosas muy distintas de las que están ocurriendo ya y que si nos anticipamos a estos fenómenos, no tendremos problemas de aguas porque no vivimos en una región árida. “El cambio climático se presta para generar alarma o pánico, pero debe servir mejor para la reflexión. Agua hay y se puede resolver de muchas otras maneras con tecnología y energía. Las grandes infraestructuras ya las tenemos, hay que hacer ajustes y poner en marcha los programas de largo plazo para el acceso al agua segura”, concluyó.
Mientras tanto, habrá que agudizar el oído para escuchar, como lo dice Fernando Vallejo en Los días azules, la ahora imperceptible quebrada Santa Elena que antes “dulce, tintineante, cristalina, bajaba apacible con su música de aguas de la montaña” .