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Para muchos, orgullo de su tarjeta de presentación. Para otros, razón para sentirse jóvenes. Habilitador de yines y tenis en reuniones formales. Eventualmente un oficio que según dicen, se sientan a hacer. Después de diferencias entre “definiciones”, un verbo: innovar.
Posiciones tradicionales en el organigrama de la empresa gesticulan discretamente mirando hacia arriba con párpados a medio cerrar al escuchar el verbo. Cierran oídos y viajan mentalmente para deshabitar el espacio de la discusión. Piensan: están locos, ¿cuál es el modelo de negocio?, hoy ya existe eso, es muy difícil, cuál es el mercado, ¡qué bobada!...
Poco sabrán de Darwin y la evolución de las especies (que toma tiempo), del aburrimiento de Saul Bellow en El legado de Humboldt (detonante de grandes ideas), o de Nuccio Ordine y La utilidad de lo inútil (muy recomendado).
La palabra innovación ha perdido significancia por su uso frecuente. En discursos de compañía listada en bolsa o con ganas de serlo –y cómo negarse–. Pero en el “ecosistema” es común asignarse el título (de innovador) antes de ganárselo. Craso error. Mejor sudarlo con esfuerzo antes que lograrlo con etiquetas o discursos vendedores.
La innovación se apoya en una estructura ósea hecha de imaginación. De esperanza para crear lo que todavía no está o no funciona. Esos huesos se visten con músculos de posibilismo (Steven Pinker), y dan la resistencia para enfrentar fracasos y adversidad. Esa estructura muscular se fortalece con innumerables repeticiones en un ejercicio aeróbico continuo. Como el ciclismo, innovar no admite parar a descansar. Que lo digan Rigo o Egan.
Por su requisito energético demanda alimentación sana y balanceada (teoría y práctica) para desarrollar figuras funcionales. Esbeltas para cargar con lo justo, lo simple. Al mejor estilo estoico.
Las articulaciones están hechas de cultura resiliente a innumerables Noes (negativismo) que saltan en el camino. También elásticas para tolerar cambios de dirección y giros súbitos hacia los Síes (positivismo). La fuente de la versatilidad.
Este deportista está gobernado por una mentalidad disciplinada. No se queja por el ejercicio o fracasos diarios; con gusto los recibe y desarrolla un método (ágil) para hacerlo. Sabe que todo nutre y fortalece, comienza nuevamente sin cuestionar por qué. Se enfoca en una meta clara: una carrera corta para empezar (mínimo producto viable), después algo más grande.
Esa disciplina mental admite un único resultado, la meta, pero también todas las trayectorias para lograrlo. La mejor de ellas se busca y se encuentra en el camino.
Algunos calificarán de inútil el esfuerzo, también muchos resultados obtenidos. Derrotas a ojos de varios. Victorias todas para sí. Ese tiempo de preparación, meditación, espera, alimentación, ejercicio y descanso que se ve tan inútil, rinde su fruto. Ese tiempo invertido dibujando mentalmente el resultado buscado, es capaz de lograrlo.
Ese verbo –innovar– que a muchos enorgullece, se traduce en pensamientos y acciones concretas. En hacer discursos a un lado y favorecer (i) una cultura que admite el cambio y alejarse de lo tradicional, (ii) un pensamiento que habilita escenarios futuros porque anticipa mejoras, no por el simple gusto de cambiar, (iii) un conocimiento que busca alternativas a la solución actual y a las posibles futuras, y (iv) una ejecución que logra resultados y los materializa en tiempos definidos.
Esa composición logra individuos capaces de lograr lo que todavía no está o no funciona. De pasar de lo etéreo e intangible, a lo contrario: visible y tangible. Sin duda, un salto de lo verbal y teórico, a lo práctico y aplicado. En ese ejercicio vendrá el goce y el disfrute de aprender y equivocarse, lo “inútil”. También la satisfacción de dedicarse a una tarea con el ocio necesario para dominarla, para enriquecerse con errores, decisiones buenas y malas, aprendizajes, y probablemente después de todo, el objetivo buscado.
