Una utopía es una representación imaginativa de una sociedad de características favorables del bien humano. Como cualquier idealización, las utopías obedecen a preferencias particulares. En la amplitud del espectro literario se listan joyas de biblioteca como Rebelión en la granja (George Orwell), Un mundo feliz (Aldoux Huxley), Fahrenheit 451 (Ray Bradbury). En este caso, no utopías, sino distopías.
Aunque pueden tener un tinte futurista, o caricaturesco, las utopías dan cuenta de una realidad que es “deseable” por o para algún individuo. Así, para algunos su utopía familiar no implica oscilaciones emocionales. Para otros, están implícitas en ese devenir natural de la vida y balancean el corazón entre emociones contrariadas que fortalecen relaciones.
Preferencias individuales al margen, lo cierto es que varias de esas idealizaciones pueden compartirse. A pesar de que la individualización de las personas es una tendencia global, encontrar sus afiliaciones comunes ha de ser otra tan o más importante que la primera. Lo anterior, buscando el mayor bienestar: el de todos juntos.
Cuando se trata de compartir un ideal, se debe tener cuidado para no dividir opiniones con detalles que es innecesario demandar desde la partida. Es mejor que cada quien busque diferenciarse de ese ideal y a su manera, una vez logrado el objetivo principal. Así, se encuentra el marco de acción común para el futuro. Uno que todos acepten, compartan y estén dispuestos a implementar.
La anterior es una tarea titánica. Requiere tres cosas más fáciles de mencionar que de implementar. Sin embargo, con inteligencia colectiva, son todas logrables.
La primera sugiere simplificar radicalmente las preferencias futuras. Ir a las necesidades más básicas y resumirlas sustancialmente. En términos sociales, políticos, culturales y muchas otras dimensiones... Evitando detalles o especificidades innecesarias. Utopías tan sencillas, que permitan agregar el interés de muchos a la vez. Que podría decirse que cumplen una regla de “aditividad”. Un ejemplo podría ser, “salud y bienestar para todos”. Tan general como eso. Esa afirmación la comparten todos en el colectivo. Igual que “trabajos dignos y que permitan dignificar a las personas”. Todavía no se entra en el detalle que puede dividir esa opinión. Lo que mantiene la utopía saludable.
La segunda cosa necesaria corresponde a una priorización ordenada de esas necesidades. Una regla de “transitividad”. De tal forma que sea posible garantizar que existe un orden de preferencias particular entre alternativas enfrentadas. Así, es posible decidirse entre las ambigüedades que surjan al momento de enfrentar opciones o caminos disponibles. Un ejemplo es que prima la vida por encima del trabajo.
La tercera condición necesaria es la disposición y el compromiso para compartir la utopía. Entendiendo que en principio es un orden básico, que está priorizado y que es compartido. Que al tener el atributo de ser compartida, tiene y merece la atención de todos. Que muchos están dispuestos a vigilar su cumplimiento y que eso es garantía para lograrla.
Tener la visión y el liderazgo para dibujar utopías compartidas es un atributo escaso. Estar en capacidad de expresarlas para compartirlas y convencer a los cercanos para lograrlo, otro atributo más escaso aún. Requiere valentía y razones para convencer.
Otro gran reto es, después de verbalizar las utopías, escribirlas. Para siempre recordarlas. Y así, no preocuparse por el cómo lograrlas, habrá infinitas trayectorias. Mejor convencerse de hacerlas una realidad.
Esta columna busca los argumentos para dibujar buenas utopías, los méritos para compartirlas y convencer a los demás para buscarlas. Para recordar lo que Jorge Luis Borges explicaba: “Es un error sentimental situar las Utopías en el ‘cualquier tiempo pasado’. Mejor es divisarlas en el futuro, que puede ser fruto de nuestra voluntad y de nuestra fe, y no en un ayer irrecuperable”.