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7 y 9
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Después de pensarlo, todo esto tiene uno o más aspectos positivos. Estar en casa cuando antes el tiempo en ella, era el estrictamente necesario. Algo de sueño y una o dos comidas del día. Esta oportunidad da pie para conocer de qué manera barre el sol el piso de casa cada hora del día. Ver esa montaña de desorden acumulada y resolverse a diluirla. Encontrar espacios para juegos de mesa o conversaciones que, inesperadamente, profundizan la intimidad familiar. Esa cercanía que en lo incierto del escenario, acompaña.
Después de pensarlo bien, hay muchas otras cosas positivas. Que la Tierra descansa de esa carga viral de la especie. Vehículos, contaminación, ruido, afanes... Algo ha quedado claro: muchas cosas que antes se creía imposible hacer de forma remota, hoy se logran. Comunicaciones para tener clases virtuales de colegios y universidades. Reuniones que antes eran correos electrónicos. Clases de yoga. Videollamadas familiares.
Después de pensarlo un poco más, todo este ejercicio está sacando a la luz cosas más positivas. Una cierta cercanía colectiva que permite minimizar a cada quien como individuo. Entender que la frontera no es la puerta de la casa; sino que esa relación de cada quien con su entorno y su comunidad va un poco más allá de lo imaginado. Entender que la economía no depende del ingreso económico que cada quien logra; sino del impulso que todos agregan. Que la economía depende tanto de la capacidad institucional del Estado, como de las grandes y pequeñas empresas, y estas a su vez, del poder adquisitivo de los individuos que allí trabajan. Una colectividad que agrega tres tipos de especies: (i) instituciones públicas, (ii) el sector productivo, y finalmente, (iii) las personas que habitan esas instituciones públicas o empresas.
Después de evaluarlo mejor, es muy positivo entender que a cada quien le va bien si a todos les va bien a la vez. Que la idea de un capitalismo que no mejore a un solo individuo, sino a todos a la vez, es más duradero. Que en épocas de crisis como esta, es necesario repensarse para generar reflexiones profundas:
En primer lugar, que es necesario un centro epidemiológico nacional para anticipar, prevenir y administrar situaciones de este estilo (como seguramente vendrán). Singapur y Taiwan lo lograron después de vivir eventos similares una década atrás, y hoy administran mejor ese dilema de invertir en salud pública o salud económica nacional después de adoptar buenas prácticas. En segundo lugar, una inteligencia colectiva que permite entender con mensajes simples y muy concretos, que cuidarse a sí mismo, es sinónimo de cuidar todo el colectivo.
En tercer lugar, entender que cada quien es más fuerte en la medida en que la colectividad lo sea. Esto último, para generar la conciencia de que el funcionamiento del mundo corporativo de las grandes empresas nacionales, muchas de ellas listadas en bolsa, depende de las pequeñas y medianas empresas impulsadas por muchos visionarios que quieren hacer crecer sus ideas de negocio. Y que para que el Estado, a su vez, encuentre los medios para subsistir y ayudar a los menos favorecidos, las dos anteriores, grandes industrias, y pequeñas y medianas empresas, también deben hacerlo. Una relación simbiótica.
El país es un ecosistema donde todos ponen. Aportes económicos, sociales, culturales y administrativos.
Que la enfermedad que hoy aleja físicamente a las personas buscando su bienestar, permita acercarlas en su ideología, para que en adelante, no sea más importante cada uno, sino todos a la vez. Que también sirva para unir mentalidades y defender intereses colectivos antes que los individuales. Que cambie los hábitos de vida y pensamiento positivamente, para el bienestar de todos por igual.
