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Elbacé Restrepo
Columnista

Elbacé Restrepo

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A mayor dignidad, mayor responsabilidad

Por Elbacé Restrepo

elbaceciliarestrepo@yahoo.com

Hay razones de sobra para sentir que el nuestro es un país inviable, que no hay razones para la esperanza y que el optimismo es un concepto exótico que no cabe en esta realidad nuestra, dramática y compleja.

Entre las vertiginosas noticias de inseguridad que nos despedazan el alma, como la muerte indiscriminada de mujeres y líderes sociales, la violación sufrida por una niña indígena a manos de siete delincuentes con uniforme militar, las denuncias de acoso sexual contra personas de mucho renombre que deberían ser referentes, por lo menos decentes, el optimismo cogió camino y se largó lejos, muy lejos de mí. Tan lejos como el internet para muchos niños de nuestra Colombia rural, que tienen que caminar dos horas entre cañadas, pantanos y peligros para tener siquiera una rayita de señal debajo de la rama izquierda del guayabo que hay en la mitad de aquel morrito.

Sentí que el último vestigio de esperanza me abandonaba, como seguramente abandonaron las fuerzas el cuerpo indefenso de aquella niña, vejado, degradado, humillado y reducido por esas bestias que borraron para ella cualquier noción de dignidad, felicidad y tranquilidad, quizás de por vida.

Un gobernador en casa por cárcel. Un alcalde acusado de acoso sexual y, como si fuera poco, intentando tapar el sol con la uña del dedo meñique, con el agravante de que cada vez que aclara, oscurece. La corrupción estatal que brinca como un sapo por donde escarbemos con un palito, y todo en medio de una emergencia social y económica como esta, es intolerable y muy decepcionante.

Porque cuando alguien tiene alguna jerarquía o dignidad, por chiquita que sea, relacionada con la espiritualidad, la educación, el gobierno, la cultura, la seguridad o el mando, y que por lo tanto influye de una manera diferente y más fuerte sobre una, varias o muchas personas, tiene la obligación de obrar con rectitud, de dejar una huella que tal vez algunos quieran seguir, pero muchos de nuestros “líderes” pisotean al que se atraviese en su camino. Sacerdotes, maestros, gobernantes, policías, soldados, directores de cine, jefes y más, caben en esta consideración. Saben, pero no les importa, que, a mayor dignidad, mayor responsabilidad. Y no les importa porque nuestra sanción no pasa de ser social y de provocar un incendio que en dos o tres días se extingue solito.

Antes de coger el monte dejo abiertas dos ventanas. Una: La del beneficio de la duda, derivada de la presunción de inocencia, que está en la Declaración de los Derechos Humanos desde 1789, y que también hace falta ante tanta calumnia, envidia, odio y mentira que se mueve por las redes sociales, aunque a mí me cuesta un montón otorgarla. Eso de “todo es falso”, “fue a mis espaldas” o “son retaliaciones políticas” no convence ni sirve, como no sirven la justicia selectiva ni las imputaciones incorrectas.

Y dos: La de la esperanza de que alguna vez maduremos como sociedad y como individuos, para crecer en valores y decrecer en miserias. Mientras tanto, ¿alguien que me ayude a recoger el carriel que se me cayó?.

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