A veces lo horrible se vuelve la regla, y dentro de lo esperable, lo normalizamos, lo volvemos parte de las detestables probabilidades, otro elemento del paisaje. Este proceso nos vuelve insensibles frente a pequeñas tragedias y en la bruma de lo cotidiano dejamos de quejarnos, oponernos, actuar o exigir acción de la sociedad o las autoridades.
Hace unos pocos días me llamaron de mi aseguradora, esas llamadas siempre inconvenientes de los vendedores de voz neutral y acento amenizado, para ofrecerme una mejora en mi seguro de vida que incluyera “accidentes por balas perdidas”. La aparente innovación, pensaba el vendedor, se justificaba casi por sí sola, tan obvia que los argumentos eran pocos. Luego de mi negativa, el guion del vendedor se activaba,...