Pues sí, yo sí me alegro de que la ley antichancleta haya sido aprobada por el Congreso y esté a un paso de ser sancionada por el Presidente para que los correazos, las zamarreadas, las cachetadas, los puños, las patadas y cualquier caso de maltrato contra los niños, bajo una concepción equivocada de su educación, quede prohibido en nuestro país.
Esta Ley busaca reformar el artículo 262 del Código Civil Colombiano, que les otorga a los padres la facultad de vigilar su conducta, corregirlos y sancionarlos moderadamente. ¿Pero cómo se mide la moderación? Porque no es moderado quemar a un niño con una plancha caliente por haber cogido cien pesos sin permiso, molerlo a puños porque hizo un reguero o tumbarle los dientes para obligarlo a comer brócoli hervido. Casos se han visto.
A mí la “disciplina positiva” no me tocó, ni como hija ni como madre. Sin embargo, doy fe de que la única pela que me dio mi papá, estando yo muy chiquita, fue con un pañuelo. Y me dolió, aunque hoy lo recuerdo con risas. Mi mamá fue un poco más drástica. De ella recibí y heredé el pellizco retorcido, las cantaletas sin posibilidad de apelación, las miradas que lo decían todo sin hablar, el “no es no” y hasta ofertas de ayuda para empacar cuando yo, chillando como un marrano, amenazaba con irme de la casa. Hoy recuerdo aquellos pellizcos como reacciones desesperadas para tratar de manejar el caos y las pataletas de algunos niños que a veces actúan como emperadores, y desesperan, por mucho amor que se sienta por ellos. ¡Eh!, es que no es fácil...
Educar al niño en principios, en valores y en disciplina es necesario. Pero no pueden equivocarse los procedimientos para lograrlo. Muchos padres no saben corregir sin violencia y, en medio de la ofuscación, olvidan cosas fundamentales: el respeto debido por cualquier ser humano, cualquiera; que corregir una conducta equivocada debe orientar el futuro, no deformarlo con traumatismos, y que su contrincante es un pequeño en desigualdad de condiciones.
El castigo físico genera en el niño miedo y rencor, más contraproducentes que efectivos para corregir, pero de las consecuencias de todo orden que hablen los expertos. Yo, mamá imperfecta, solo sé que criar hijos no es una tarea de cuento de hadas: a veces cuesta lágrimas, rabias y frustraciones, pero descargarlas en los niños habla de la incapacidad de los adultos para ejercer su rol con inteligencia y para marcar límites claros sin dañar a quienes amamos. Algunos psicólogos predican que los premios y los castigos son menos eficaces que los argumentos y el amor. Y no significa que los niños puedan hacer lo que se les dé la gana. Por eso es tan difícil.
Esta ley fomenta la creación de una estrategia nacional pedagógica para que los padres tengan herramientas, orientación y acompañamiento psicológico para aprender a formar a sus hijos y corregirlos sin maltrato. Puede ser una más para la colección de leyes inútiles, no sé porque no vengo del futuro. Ojalá sirva, porque a la brava puede ser más rápido, pero nunca mejor