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Hablamos de conciencia, pero vivimos agotados

hace 6 horas
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Por Aldo Civico - @acivico

Quiero reflexionar sobre una paradoja de nuestra época. En redes sociales, podcasts y columnas, hablamos de autenticidad, transparencia y coherencia, pero habitar lo que proclamamos es más complicado que nunca. Estamos rodeados de mensajes que buscan inspirar y educar, utilizando videos, citas y memes para opinar y compartir. En la era de la hiperexpresión, aparecen gurús y maestros que prometen fórmulas para vivir mejor y más alineados. Sin embargo, hay una discrepancia. A pesar de la abundancia de contenido motivacional, la ansiedad, el agotamiento y la sensación de impostura aumentan. La distancia entre lo que mostramos y lo que vivimos crece, así como entre la imagen proyectada y la experiencia íntima. Nunca hubo tanto discurso sobre la conciencia y, al mismo tiempo, tanta desconexión interior.

¿Por qué nos encontramos en esta paradoja? Según el filósofo Byung-Chul Han, la respuesta resulta incómoda: nos hemos transformado en sujetos de rendimiento que se explotan a sí mismos, creyendo que, al hacerlo, alcanzarán la plenitud. Nos exigimos sin descanso, convencidos de que más visibilidad, productividad y exposición nos acercarán a una vida plena. Pero esa es una ilusión. La autoexposición constante acaba por erosionar lo que más necesitamos: el misterio, la interioridad y el silencio. Sin estos elementos, el alma se empobrece. Nuestro deseo de ser validados y reconocidos va desdibujando lo humano. La máscara que mostramos se convierte en nuestra identidad y, al identificarnos plenamente con ella, exiliamos nuestra sombra. Ignoramos su existencia hasta que se manifiesta como cansancio, ansiedad o desconexión.

Así se presenta el espectáculo silencioso de nuestra época: coaches que predican calma mientras viven a prisa; creadores espirituales que no toleran el silencio; influencers del bienestar que se sienten culpables al descansar. No lo digo con juicio, sino con humanidad; yo también he estado allí. En el ámbito corporativo, líderes que hablan de bienestar emocional mientras mantienen equipos agotados y agendas imposibles. Sheri Salata, ex mano derecha de Oprah, lo expresa en sus memorias: mientras difundía un mensaje de propósito y sanación, vivía atrapada en un agotador ritmo de trabajo, impulsada por la presión de la excelencia. El agotamiento se normalizaba, un precio invisible del éxito. Un infierno silencioso.

El antídoto puede no estar en generar más contenido, sino en regresar a la coherencia. Esta no es una meta abstracta, sino una conversación honesta con uno mismo, un compromiso de escucharse sin adornos y vivir la propia verdad, aunque resulte incómoda. Vivir con integridad se convierte en una forma de unidad interior, lo que hace que la vida se sienta más completa. Sin embargo, este camino no es sencillo. La coherencia requiere renunciar a narrativas sobre quién creemos ser. Aceptar que no podemos sostener una imagen que alguna vez nos dio reconocimiento, pero que ahora nos queda ajustada, implica decepcionar expectativas externas para no traicionarnos a nosotros mismos. En un mundo que valora la visibilidad, optar por la coherencia es un acto contracultural. No siempre produce aplausos inmediatos, pero ofrece la posibilidad de habitarnos sin fragmentarnos. Cuando dejamos de vivir para mantener una imagen, algo se alinea y comienza a gestarse una forma diferente de libertad.

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