Hace más o menos dos años, comenté en este mismo espacio un libro bellísimo que escribió Manuel Vilas, “Ordesa”; desde entonces, empecé a seguirle los pasos con algunos de los libros que me había perdido y pude conseguir: “Setecientos millones de rinocerontes”, “España”, “El luminoso regalo”, y ahora, su última novela, “Alegría”, que aún no sé si es igual de bella a esa primera historia que me llevó a quererlo, e irremediablemente seguirlo hasta siempre, o es mucho más.
La escritura de Vilas es corta, como una puntada que va despacio y de repente se devuelve, y cuando lo hace, punza el corazón. “No sabemos qué es vivir, porque a lo mejor solo es respirar y mirar al cielo”, dice por ahí. Varias veces, mientras leía, recordaba a Kawabata, quien llegó a explicar la ausencia desde un tarro de galletas vacío con unas cuantas hormigas peregrinas. El gran Vilas teje su prosa con sutilezas similares, como cuando le quita una miga de pan de la boca a alguien porque con ella se afea el rostro, o cuando reflexiona de la siguiente manera: “Yo creo que entonces teníamos alma. Y la vida te va robando el alma, hasta que te la quita entera y te da a cambio, como consuelo o como pago, un cuerpo”.
“Alegría” está cargada de la misma nostalgia que encontramos en “Ordesa”, una nostalgia que va en esa bicicleta que no se pudo tener porque no había dinero, o en el primer regalo que se le lleva a los padres cuando se viaja sin ellos, en el álbum familiar que nos recuerda de dónde vinimos, ese montón de gente muerta que te da un extraño coraje. “Y te voy a contar lo que hicimos para que no tengas que inventártelo, como yo tuve que inventarme tantas cosas de mi pasado al lado de mi madre y de mi padre”; sin embargo, hay una búsqueda sutil en medio de todo, el sentido de la vida, lo que no se posee siempre, la alegría, ¿qué es?, ¿es posible tenerla?, ¿qué la genera? Y así, página tras página, vamos asimilándola donde menos la imaginamos.
“Me di cuenta de que prefería su alegría a la felicidad. Porque la alegría es mejor que la felicidad. Me di cuenta de que la alegría de Valdi era el único sentido de mi vida en la tierra. Me di cuenta de que su alegría me transformaba en serenidad, todo yo transformado en paz, en lumbre; esa es la palabra: «lumbre».” Cuando cierro el libro, pienso que lo importante será marcharse de este mundo después de haber amado, de haber querido, de vivir, cada quien sabrá o irá descubriendo el significado de la alegría o de los recuerdos que mueren con dignidad