Síguenos en:
Alberto Velásquez Martínez
Columnista

Alberto Velásquez Martínez

Publicado

Alfonso Llano

Por alberto velásquez m.

redaccion@elcolombiano.com.co

La muerte del jesuita Alfonso Llano deja desprotegidos, sin el mejor interlocutor religioso, a los escépticos, a los racionalistas, a los contestatarios y a los mismos creyentes. En él encontraban todos refugio a sus interrogantes, respuestas a sus dudas e incertidumbres. Sus reflexiones, su comprensión, eran las de un hombre no solo consagrado a la teología, al humanismo, a la bioética, sino al ser humano. Divorciado del oscurantismo, padeció mordazas impuestas por sus superiores cuando creían que algunas de sus tesis se apartaban de la rígida ortodoxia. Erudito de la escuela de Hans Küng, aquel pensador que pidió muchas veces hasta el cansancio que la Iglesia evolucionara y retomara el espíritu y la predicación evangélica.

Al padre Llano muchas veces lo tratamos. Admirábamos su franqueza y talento. Era un placer intelectual escucharlo por su sabiduría y tolerancia. No se acomodaba a dogmatismos de ninguna clase. Practicaba el libre examen en la conversación, sin poner en duda sus principios fundamentados en la moral cristiana. Muchas veces coincidimos, al calor de un vino en la casa de campo de sus hermanos Alfonso Quijano y Luz Helena Llano, sobre la necesidad de actualizar algunas normas de la Iglesia, sin alterar el mandato evangélico, para adaptarse a los nuevos tiempos y evitar la deserción.

Coincidíamos con el padre Llano en sus argumentos acerca de que el celibato sacerdotal debía ser un precepto no obligatorio sino opcional como norma de vida religiosa. Recién posesionado el jesuita Papa Francisco le imploró, como lo hizo su maestro Hans Küng, que despojara del peso “ominoso del celibato obligatorio a los sacerdotes, ya que esta norma se prestaba para toda clase de abusos, escándalos y humillaciones frente a sus hermanos luteranos y anglicanos que sí pueden ejercer el sacerdocio desde su vida matrimonial”. Fue un clamor ahogado por aquellos que asfixian, bajo la cúpula de San Pedro, a un Papa convencido de la actualización de algunas normas obsoletas de su Iglesia.

Fuimos testigos de la densidad de su cátedra de bioética en las conferencias que dictó en Santiago de Chile a comienzos de este siglo XXI. Su formación académica, sus investigaciones, sus experiencias, hicieron que dentro de ese seminario se destacara como una de las figuras más sobresalientes del pensamiento científico. Sentíamos orgullo de que un compatriota expusiera con claridad y sabiduría lo que debía ser el comportamiento de vida de un auténtico cristiano ante una sociedad moderna.

Conservamos su libro sobre Jesús, con sentida dedicatoria. Este era su fe, su sostén. Cuando entraba en alguna angustia existencial, en alguna duda entre fe y razón, y soportaba la censura de sus obispos que lo condenaban por su racionalismo para glosar a través de la lógica preceptos dogmáticos impuestos por los concilios ecuménicos, se refugiaba en Cristo para no perder el camino y la esperanza. En él encontraba solamente consuelo y respuesta. Descanse ahora en paz el amigo dialogante.

Porque entre varios ojos vemos más, queremos construir una mejor web para ustedes. Los invitamos a reportar errores de contenido, ortografía, puntuación y otras que consideren pertinentes. (*)

 
Título del artículo
 
¿CUÁL ES EL ERROR?*
 
¿CÓMO LO ESCRIBIRÍA USTED?
 
INGRESE SUS DATOS PERSONALES *
 
 
Correo electrónico
 
Acepto Términos y Condiciones Productos y Servicios Grupo EL COLOMBIANO

Datos extra, información confidencial y pistas para avanzar en nuestras investigaciones. Usted puede hacer parte de la construcción de nuestro contenido. Los invitamos a ampliar la información de este tema.

 
Título del artículo
 
RESERVAMOS LA IDENTIDAD DE NUESTRAS FUENTES *
 
 
INGRESE SUS DATOS PERSONALES *
 
 
Correo electrónico
 
Teléfono
 
Acepto Términos y Condiciones Productos y Servicios Grupo EL COLOMBIANO
LOS CAMPOS MARCADOS CON * SON OBLIGATORIOS
Otros Columnistas