Por Marcelo Larraín Mackenna
Imaginen que el pasado 26 de junio, al conocer el triunfo en Colombia de Gustavo Petro, algún presidente en ejercicio de otro país latinoamericano hubiera escrito: “Revive el terror guerrillero del M-19 y su alianza con los narcos”. Pues bien, eso mismo fue lo que hizo Petro al insultar al 64 por ciento del electorado chileno al decirle que, por negar la aprobación de un proyecto populista y desintegrador de Constitución, revivieron a Pinochet.
El electorado chileno fue sensato, actuó con sano criterio, privilegió el interés nacional sobre las particularidades ideológicas de la izquierda. Puedo decir que leí en su integridad el proyecto elaborado por una asamblea compuesta por toda clase de personas, muchas de ellas ignorantes e irresponsables, y que produjeron un documento penoso, inconexo, contradictorio, dañino. Eso sí, no tengamos tanta esperanza en que ese proyecto quedó hundido, pues Gabriel Boric, con la izquierda chilena, lo va a imponer por otros medios.
También metió Petro sus narices en Argentina, defendiendo a Cristina Fernández de Kirchner. He seguido las acusaciones presentadas por la Fiscalía, y las pruebas contra ella por corrupción son demoledoras. También eran demoledoras en tres procesos anteriores en los que, inverosímilmente, salió absuelta. ¿Y en esas absoluciones sí les pareció perfecta la Justicia argentina a Petro, López Obrador, Ortega y Maduro?
Mejor que el Petro de hoy le haga caso al Petro de hace un año, cuando por Twitter pontificaba contra la intervención en los asuntos políticos internos de otros países
