En estas jornadas de teletrabajo y WhatsApp que seguramente también aprenderemos a enfrentar mientras entendemos las reglas y los silencios de esta crisis, nos asedian invitaciones de todo tipo, casi todas irrelevantes o imposibles de cumplir por las condiciones del aislamiento o porque creo que a nadie alcanzaría la vida para escuchar, visitar o leer los miles de sitios, libros, conciertos, cursos, monumentos y museos a los que invitan los cibernautas, coincidencialmente el mismo día dos amigos compartieron un texto hermoso que ojalá nos describa en estos tiempos en que debemos demostrar quiénes somos, en estos tiempos que deberían ser los de la coherencia y la serenidad. “Hace años, un estudiante le preguntó a la antropóloga Margaret Mead cuál consideraba ella que era el primer signo de civilización en una cultura. El estudiante esperaba que Mead hablara de anzuelos, ollas de barro o piedras de moler. Pero no. Mead dijo que el primer signo de civilización en una cultura antigua era un fémur que se había roto y luego sanado. Mead explicó que en el reino animal, si te rompes una pierna, mueres. No puedes huir del peligro, ir al río a tomar algo o buscar comida. Eres carne de bestias que merodean. Ningún animal sobrevive a una pierna rota el tiempo suficiente para que el hueso sane. Un fémur roto que se ha curado es evidencia de que alguien se ha tomado el tiempo para quedarse con el que se cayó, ha vendado la herida, le ha llevado a un lugar seguro y le ha ayudado a recuperarse. Mead dijo que ayudar a alguien más en las dificultades es el punto donde comienza la civilización”. Ahí sueño con despertarme cuando esta pesadilla acabe.
En días o meses cuando finalice la pandemia confío en un futuro diverso y posible que como dijo la psicoanalista chilena Constanza Michelson “implique un nuevo pacto entre los sexos, una ética laica, por el cuidado, principalmente que reconozca la fragilidad, que logre leer el síntoma y en la que tengamos la humildad necesaria para no destruir el planeta y a nosotros mismos”, eso espero al final de este encierro, anhelo por fin que superemos a quienes creen que triunfar es entrar al supermercado y acaparar los bienes, arrasar las góndolas y dejar desprovisto de posibilidades al resto, ellos son el reflejo de un modelo fallido de sociedad destinado a sucumbir, representan el viejo ideal de que el que pega primero pega dos veces, creen aún que este es el mundo de los más poderosos plutócratas, de esos debemos mantener la distancia, no han descubierto que todo se reduce a estar con los tuyos y cuidar de ellos, que coches, marcas y metros cuadrados son haberes insignificantes frente a un abrazo de afecto contenido, porque me alegra pensar que esa idea malsana que privilegia el individualismo sobre la fraternidad se derrumbará estrepitosamente con esta mutación microscópica que ojalá nos sirva para revalorizar la solidaridad y el sentido de lo colectivo, porque de esta no nos salvaremos solos, serán el cuidado, la ciencia, la capacidad para comunicarnos entre sí y la administración del conocimiento los que nos sacarán de aquí.