En los apuros del día a día, a veces tenemos la fortuna de unos segundos de lucidez, como un frenazo de mano, un detente por un instante. Y nos preguntamos por qué tanta prisa, quién nos espera o de quién huimos. De pronto, a las malas y contra nuestra voluntad, algo nos aquieta, deshabilita el trote, que se ha vuelto nuestro modo y manía. Puede ser un imprevisto, algo que salió mal, un revés económico, un desengaño, una frustración, o, lo que es más contundente, una enfermedad. Entonces, viene un lapso de aprendizaje, de pausa y reflexión.
Constatamos en ese stand by, que vivimos más en el pasado y en el futuro que en el aquí y ahora. Acariciamos y resbalamos lo acaecido -la melancolía y el dolor-. Pero, con la mirada pegada al retrovisor, se...