Pocos se imaginaron que en cien días de instalarse en el planeta el coronavirus, la humanidad seguiría desconcertada por lo que ha pasado. Y menos calculaba que el mortal virus se fuera expandiendo aceleradamente con brotes y rebrotes irremediables que tienen al mundo al borde del colapso económico, sanitario, sicológico.
El covid-19 desequilibró la vida humana. En sus primeros cien días de permanencia agitó la guadaña de la muerte para causar desastres. Hasta ahora, cerca de 9 millones de personas se han contagiado. Europa presenta un balance aterrador con 200 mil decesos. Estados Unidos contabiliza más de 120 mil muertes. Brasil aporta 52 mil. China quiere retomar la sede de la peste para que los rebrotes se den allí, sin aun explicarle al mundo cuál es su responsabilidad en esta tragedia humanitaria y menos cómo se originó el nacimiento del bicho mortal.
Lo peor, coinciden pesimistas y optimistas, está por llegar. La Organización Mundial de la Salud advirtió que “la pandemia está entrando en una nueva y peligrosa fase de expansión”. Que el virus seguirá creciendo en todos los continentes, rápido y con resultados mortales. Las economías en tanto se desfondan, el desempleo se vuelve insoportable y los sistemas de salud están al borde del colapso. Los científicos desconcertados, los epidemiólogos desorientados y las casandras y charlatanes desbordados por todo el planeta tierra, presagiando lo peor. Todas estas especulaciones desequilibran la estabilidad emocional de sus habitantes, que entra en temores comprensibles, que crecen mientras siga ausente la vacuna salvadora o por lo menos mitigadora de los estragos.
Estos cien días de pandemia han golpeado en forma inclemente, no solo la vida y la salud de miles de colombianos, sino su economía. Si la disciplina social no ha sido tan estricta para respetar y cumplir rigurosamente los protocolos en la defensa de la vida, dados los desbordamientos de los irresponsables que no alcanzan a dimensionar la gravedad de la enfermedad, el confinamiento, tan necesario en los comienzos del ataque viral, destruyó buena parte del aparato productivo. El PIB, la industria, el comercio, el turismo, el empleo, la construcción se fueron de bruces. Cuando se normalice el disfrute pleno de la vida, seguramente se rescatarán.
Hay que seguir viviendo, así no sea en idílico matrimonio con el virus, sino coexistiendo con él, en distanciado divorcio. Más encierros y cuarentenas draconianas, sería culminar en una doble pandemia: económica y de salud. Sumarles a las quiebras industriales, comerciales, laborales, culturales, y de hambre, las enfermedades sicológicas originadas en el confinamiento y la soledad, sería tan inhumano como catastrófico.
Hoy, la foto en blanco y negro de la tragedia económica y humanitaria no puede ser más oscura. Queda la esperanza de soñar para que algún día, al retocarla a todo color, se haga realidad aquello de que “muchas plagas dejaron a las sociedades transformadas en forma sorprendente”. El Renacimiento y luego la Ilustración se dieron después de la peste negra, recuerda un agudo historiador.