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Mientras en el mundo los analistas políticos escudriñan los hechos de las últimas horas y advierten acerca de una contaminación bélica que podría alcanzar el planeta, al interior de Irán el ambiente no puede ser más turbulento. Lo inesperado y brutal del ataque estadounidense a sus enclaves nucleares los obliga a plantearse una hoja de ruta gubernamental eficiente que aún no aparece. Todo esto ocurre en un momento de descontento generalizado de la población frente a las actuaciones totalitarias y represivas de los lideres actuales, pero la oposición carece de estructuración y fuerza. La juventud del país clama porque la república islámica de un paso atrás y recupere las metas de la revolución de 1979, pero como suele ocurrir dentro de regímenes que enfrentan crisis como la actual, la población de a pie tenderá a cerrar filas contra un enemigo externo. Así que es temprano para que Estados Unidos u otro actor promueva un cambio de régimen.
En Washington celebran el éxito militar sobre las instalaciones nucleares atacadas y, mientras tanto, en los círculos de gobierno en Pekín en apariencia reina la calma. Pero solo en apariencia, porque el país depende del suministro iraní hasta de cerca de la mitad de sus necesidades energéticas y, por ello, China viene abogando desde tiempo atrás por una desescalada de las tensiones en la zona para evitar lo que es evidente que no pudo impedir. Si las cosas van a mayores, China pudiera salir aun mas perjudicada. Un cierre del estrecho de Ormuz, anunciado pero aún no puesto en marcha, la penalizaría más que a cualquier otro actor.
Es que China ha sido un gran sostén para los iraníes y por ello no le resulta posible mimetizarse, invisibilizarse o ser engañosa en esta hora de crisis. China no puede estar a favor de un cambio de rumbo en el seno del régimen de Irán. En 2020 los dos países habían rubricado un acuerdo estratégico de seguridad de suministro de petróleo a China, a precio preferencial, a cambio de seguridad económica para el país de los ayatolás, configurando asi un binomio indisoluble durante un cuarto de siglo. En prueba de ello Pekín le puso alfombra roja a Teherán dentro de la Organización de Cooperación de Shanghái y entre los BRICS, dos entidades lideradas por China junto con Rusia para desafiar a Estados Unidos.
Frente a un escenario posible de agravamiento de las debilidades económicas chinas dentro del proceso de reacomodo de las variables mundiales a Xi le quedan pocos caminos. Estos caminos están impregnados de sindéresis, no de belicosidad. Ser un mediador de paz neutral, lo que ha sido su propuesta más avanzada hasta esta hora, no resulta porque su neutralidad es, en realidad, inexistente. ¿Que le queda, entonces?: desvincularse de la posición que asuma Moscú sin promover un alejamiento, llamar a un entendimiento entre las partes por la vía de una negociación, y actuar en el seno del Consejo de Seguridad para intentar con su peso político relativo calmar la situación. Nada de lo anterior difícil para los lideres políticos en Pekín quienes reaccionan frentes a las crisis ubicándose dentro de zonas de confort y consiguiendo espacios para respirar en calma dentro de la zozobra. Ese es además el sello que lleva históricamente cada actuación de Xi Jinping
Les queda, también, empeñarse en preservar los avances conseguidos con Washington en las tratativas que están llevando a cabo en el terreno de los aranceles. Lo que no puede el gran coloso de Asia es pasar agachado en esta hora nona..
