Por Anita Isaacs y Jorge Morales Toj
La vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, llegó a Guatemala el lunes para una gira de dos días con la que se propone fortalecer los lazos con el país y abordar la corrupción, la violencia y la pobreza: las cuestiones clave detrás del número histórico de migrantes de Centroamérica que buscan entrar a Estados Unidos. Durante una conferencia de prensa en Ciudad de Guatemala con el presidente Alejandro Giammattei, Harris advirtió a los ciudadanos no ir a Estados Unidos y agregó que la “meta de nuestro trabajo es ayudar a los guatemaltecos a encontrar esperanza en casa”.
Harris tiene mucho trabajo por delante. Aunque la guerra civil de Guatemala terminó de manera oficial con la firma de los Acuerdos de Paz el 29 de diciembre de 1996, en el país hay profundas divisiones raciales y de clase. La pandemia de coronavirus exacerbó una situación económica de por sí funesta.
Sin embargo, a pesar de sus enormes desafíos, Guatemala también ofrece al gobierno de Joe Biden la oportunidad de replantear su estrategia migratoria en la región. Durante demasiado tiempo, la política estadounidense se ha guiado por la suposición de que todos los que se encuentran al sur de la frontera aspiran hacer una nueva vida en Estados Unidos y que la lucha contra la inmigración indocumentada requiere una estrategia regional unificada. Pero este criterio no ha servido de mucho para frenar los innumerables factores que impulsan la migración desde la región. El gobierno de Biden haría bien en examinar más de cerca por qué tantos guatemaltecos abandonan su país y determinar qué haría falta para que se queden.
Un análisis de la encuesta de 2018 a más de 1800 migrantes de Guatemala, El Salvador y Honduras, a cargo del Banco Central de Desarrollo de la región, evidencia diferencias sorprendentes que distinguen a los inmigrantes guatemaltecos de otras personas de Centroamérica. Los guatemaltecos encuestados, a diferencia de sus vecinos del Triángulo Norte, citaron con más frecuencia los factores económicos como su principal razón para emigrar, mientras que un número relativamente menor señaló la violencia y la inseguridad como motivos determinantes.
Solo una cuarta parte de los guatemaltecos manifestó que tenía la intención de quedarse en Estados Unidos de manera permanente. En consonancia con sus intenciones a largo plazo, son muchos más los guatemaltecos que ahorran sus ingresos y los invierten en su país.
Estos datos coinciden con lo que ocurre en la práctica. En las últimas décadas, muchos guatemaltecos han hecho las maletas y se han ido a Estados Unidos. Sus ingresos cubren las necesidades básicas de sus familias en su país y poco a poco ayudan a financiar la construcción de viviendas de varios pisos. En las entradas de las casas aparece una creciente flotilla de autos y camionetas y hasta en las aldeas rurales más pequeñas abren tiendas de abarrotes.
Los futuros migrantes nos dicen que no buscan el sueño americano. Lo que buscan es el sueño guatemalteco, pero para alcanzarlo necesitan ir a Estados Unidos. Nos dicen que están decididos a hacer algo por su propio bien, así como por el de sus hijos y sus comunidades. La meta es pagar sus deudas, cuidar de sus familias y ahorrar lo necesario para salir adelante en su país.
El gobierno de Biden se ha comprometido a invertir 4000 millones de dólares en Centroamérica para hacer frente a la inseguridad económica, la violencia, las crisis medioambientales y la corrupción gubernamental. Conseguir resultados en Guatemala requiere invertir en el andamiaje económico y comercial que los agricultores emprendedores del país necesitan con urgencia.
Estados Unidos también debería ampliar la disponibilidad de las visas H-2B para trabajadores temporales y privilegiar a los guatemaltecos para su otorgamiento. Muchos agradecerían la oportunidad de participar en un programa que les permita entrar y salir de Estados Unidos con regularidad y seguridad, para evitar las deudas agobiantes, contar con un ingreso anual y perfeccionar habilidades transferibles y vínculos con los mercados estadounidenses.
Y lo que es más importante, Estados Unidos debe romper un patrón en el que la ayuda extranjera se canaliza a través de contratistas gubernamentales con muy poca transparencia, demasiados gastos generales y escasa conexión con las prioridades de la comunidad