Laboré como docente estatal desde muy joven, fui profesora de lengua castellana y literatura. Muchos desconocen la labor abnegada, difícil y desagradecida que en silencio cumplen los docentes de Colombia cada día. Se ve que nunca han pisado un colegio público ni mucho menos han acompañado a los maestros a vivir en el aula las grandes tragedias sociales que son el común denominador, el diario vivir.
Día a día llegan a las escuelas colombianas, varias clases de niños y niñas, con diferentes necesidades y bajo diferentes circunstancias de vida, menores maltratados física y psicológicamente, otros accedidos sexualmente, algunos en estado de desnutrición, o en absoluta pobreza, otros en estado de abandono de su familia, otros son desplazados que han vivido la guerra de frente, huérfanos sin hogar, otros llegan a clase bajo los efectos de las drogas o del alcohol para escapar de los demonios que la propia vida les ha dejado a tan corta edad, algunas adolescentes en estado de embarazo incluso menores de catorce años, cada uno con su propia historia y la escuela los acoge sin importar sus diferencias, y el maestro debe lidiar y buscar soluciones en cada caso y tratar de enseñar todas las áreas del conocimiento en semejante caos.
También llegan estudiantes adolescentes, menores de edad, que ya son infractores, miembros de pandillas, que de ninguna manera su interés es estudiar, solo van a vender droga, a buscar niñas para inducirlas a la prostitución o a hurtar las pertenencias de sus compañeros o de los docentes y encuentran en este contexto el mercado perfecto para sus fechorías, ya que los menores de edad son una población vulnerable y fácil de inducir al vicio.
El docente tiene que dedicarse a hacer lo que muchos padres nunca hicieron en el hogar, o lo que se dejó de hacer por múltiples circunstancias, el maestro debe sanar heridas físicas y del alma, debe cuidar, orientar, dar amor, proteger contra todo abuso, debe impedir que se cometan delitos en la escuela o minimizar sus efectos y denunciar los delitos que se dan en la misma, debe buscar la ayuda de otros entes estatales, debe ser psicólogo, enfermero, terapeuta, investigador, amigo, saber de primeros auxilios, incluso bombero, porque se han dado casos de estudiantes pirómanos; debe ser educador especial, porque además llegan a la escuela niños con problemas de aprendizaje... Debe dedicarse a cuidar a sus estudiantes, pero también cuidarse a sí mismo.
Pero a la escuela también llegan menores a estudiar, ávidos de conocimiento, deseosos de ser mejores personas y “salir adelante”. A pesar de la pobreza o de las dificultades del día a día, aún tienen la convicción de una educación para lograr objetivos, sí tienen proyectos de vida y este se ha gestado en el seno del hogar.
Esto que describo, reflejo de la sociedad que vivimos, tiene sus efectos en la salud mental y física de los maestros. Un gran porcentaje de educadores son pensionados anualmente por enfermedades profesionales (estrés laboral, depresión y ansiedad).
Muchos docentes son amenazados diariamente por algunos de sus propios alumnos por defender a otros de sus estudiantes de caer en las manos de la droga y la prostitución, muchos son amenazados por grupos al margen de la ley que ven en el docente un enemigo, un obstáculo, para cumplir el objetivo de su delinquir, el docente en la mayoría de los casos ya no es respetado, es vilipendiado y maltratado verbalmente incluso por sus propios alumnos. En muchos entornos escolares el docentes tiene que lidiar con las palabras vulgares y soeces, lo cual hace mella en la personalidad, en la autoestima, en la psiquis y en el profesionalismo de los docentes, muchos se sienten desilusionados e impotentes ante tanto irrespeto y tanta descomposición social.
Encontramos en la actualidad y desde hace algunos años docentes pensionados incluso a los 30 años por cuadros de ansiedad y depresión, que tan solo aguantaron esta “bomba de tiempo” cinco o menos años, vidas de docentes jóvenes con sueños truncados, con proyectos de vida destruidos, profesionales en muchos casos con especializaciones, maestrías y doctorados pagados de sus bolsillos, quienes no soportaron tanta presión y ahora a muy temprana edad, viven medicados con fármacos psiquiátricos y sin la posibilidad de ejercer su carrera y desarrollarse plenamente según sus planes de juventud, los que habían trazado cuando ingresaron al magisterio. Este es un panorama desolador, triste y me pregunto si el caricaturista “Ricky” lo conoce.
¿Sabían ustedes, señores caricaturistas y periodistas, que muchos docentes han muerto o han quedado postrados inválidos por derrames cerebrales o infartos en sus propias aulas de clase a causa del maltrato verbal y psicológico de algunos de sus estudiantes o debido a la presión del trabajo? Por eso cuando usted publica sus caricaturas burlescas, agresivas y en contra de Fecode, y claro, en contra de todos los maestros de Colombia resulta no solo odioso sino injusto.
Pero a pesar de todo, la docencia seguirá siendo una profesión noble, apasionada, desinteresada, maravillosa, que permite al ser humano que la ejerce con sabiduría y amor, mostrar lo más bello que existe en el corazón, muchos chicos se salvan anualmente de la “hecatombe social y del odio” por el actuar oportuno de un educador comprometido, y aún en todas las escuelas y colegios de Colombia hay niños y padres que sí valoran al maestro, que lo escuchan y lo admiran. Con un niño que se salve por curso, llegue muy lejos a nivel personal o profesional y sea feliz, ya el maestro habrá cumplido su cometido. La docencia es una vocación, porque ninguna remuneración será nunca suficiente para retribuir realmente el trabajo misional que cumple el maestro en nuestra Colombia.
Y claro, no hemos hablado de las deudas laborales que tiene el Estado con los maestros, ni de los problemas con la baja calidad del sistema de salud y la falta de políticas estatales de bienestar para los docentes, la falta de patrocinio para capacitación docente, la falta de inversión en educación, teniendo incluso escuelas sin techo como en La Guajira o colegios que por su deterioro representan peligro para la comunidad educativa como sucede en Atlántico, Magdalena, Bolívar y otros departamentos.
Los invito a que si viajan por Colombia visiten un colegio público, estas problemáticas no darían para caricaturas ofensivas. Lo cierto es que los docentes de Colombia no se arrodillan, a pesar del ultraje de una parte de la sociedad, ultrajes que muchos promueven y se gozan.
Solo con la verdad, el conocimiento, la sana crítica, el perdón y el amor en todas sus manifestaciones podremos construir una sociedad donde todos tengamos cabida y participación, donde seamos escuchados y respetados, donde todos tengamos derechos en igualdad de condiciones y, sobre todo, donde la ley y la Constitución no sean solo una retórica sin vida a la cual se acude cuando conviene y se manipula según el antojo de cada cual bajo intereses mezquinos.