En agosto de 2022, un año después de que los talibanes retomaran el poder en Afganistán, un grupo de mujeres, lideradas por Laila Basim, una joven economista, abrieron la biblioteca Zan, que en darí significa “mujer”. Los objetivos de la biblioteca eran “promover la cultura y la lectura entre las mujeres y las niñas, que tienen cerradas las puertas de las escuelas y universidades”. Creo que se percataron de la contundencia del “eran”, porque las mujeres de Afganistán fueron privadas desde mediados de marzo de 2023 de esta biblioteca, que era uno de los “últimos reductos de cultura y libertad que les quedaba en Kabul”.
Durante el tiempo que la biblioteca estuvo abierta, los talibanes la cerraron dos veces; por fortuna pudo ser abierta gracias a la ayuda de amigos. “Sin embargo, los talibanes no se detuvieron ahí. Empezaron a venir todos los días y a preguntarnos qué estaba pasando allí y qué hacían las lectoras en la biblioteca. Un día, cuatro miembros de las fuerzas de seguridad entraron furiosos y empezaron a preguntarme quién nos había dado permiso para abrir el local. Luego nos dijeron que el sitio de una mujer está en casa y no fuera de ella”, le contó Basim a El País de España.
Releo incrédulo las frases: “qué hacían las lectoras en la biblioteca (...) quién nos había dado permiso para abrir el local (...) el sitio de una mujer está en casa” y se me viene a la cabeza una novela de Janet Skeslien Charles, La biblioteca de París, que cuenta el acto valeroso de un grupo de bibliotecarios de la Biblioteca Americana de París durante la Segunda Guerra Mundial, quienes debieron hacerse preguntas como: ¿Una biblioteca durante una guerra debe permanecer abierta? ¿Si a una biblioteca le prohiben el ingreso de judíos debe obedecer? ¿Los soldados en el frente de guerra necesitan libros? ¿Uno puede vivir sin libros?
La Biblioteca Americana de París aún sigue abierta y seguramente lo está, después de más de cien años, porque, como lo dijo Dorothy Reeder, directora en aquel entonces, y quien también trabajó un par de años en la Biblioteca Nacional de Colombia: “Las bibliotecas son como pulmones. Los libros son el aire fresco que necesitamos para que nuestro corazón siga latiendo, para que nuestro cerebro siga imaginando, para mantener viva nuestra esperanza. Los abonados dependen de nosotros para informarse y comunicarse. Los soldados necesitan libros, necesitan saber que sus amigos de la biblioteca se preocupan por ellos. Nuestro trabajo es demasiado importante: ahora no podemos parar”.
Yo pienso que una forma de protestar desde una democracia contra absolutismos como los que viven países como Afganistán, es yendo a esos lugares vedados para ellas, pero que nosotros tenemos completa libertad de visitar. A veces, damos por sentado los lugares y no nos damos cuenta de que en cualquier momento podrían desaparecer, y no necesariamente por una dictadura o una guerra, sino por algo mucho peor, la inacción de la gente. “Una biblioteca sin usuarios es un cementerio de libros. Los libros son como las personas: sin contacto dejan de existir”.
Una biblioteca pone el conocimiento al alcance de la gente y crea comunidad; por eso los talibanes, los opresores prefieren cerrarlas.