Dijo Carlos Jiménez Gómez hace cuarenta años que en Colombia los civiles eran más militaristas que los militares. Puesta esta afirmación en blanco y negro se descubre uno de los perfiles más característicos del país: el de tener la fuerza pública más profesional de Suramérica durante el periodo más largo de tiempo —todas las imperfecciones y altibajos incluidos— con grandes segmentos poblacionales al lado que mantienen latente el uso de la violencia.
Resultan tenebrosos los indicios de que ese viejo espíritu de frontera, de tomar las armas por parte de los particulares, aplicar justicia por mano propia y hacer valer a tiros cualquier cosa sigue rondando en las mentes de tantas personas. No de noche ni en reuniones secretas, sino a plena luz del...