Por Alberto Velázquez Martínez
La sanción que no impondrá el Estado a los actores de la violencia callejera del paro nacional, la ejercerá la pandemia. El coronavirus causará mayores estragos, premonición que no es difícil de cumplirse y que ayer ratificaba el propio ministro de Salud en entrevista. Pasará una cuenta de cobro onerosa y severa como la que no pueden aplicar las autoridades, amarradas por sentencias populistas y leguleyas de un sistema judicial sesgado y politizado. La forma con que se desafiaron las medidas de seguridad, con aglomeraciones desbordadas, colapsará el sistema hospitalario. El Estado no fue capaz de frenar a los convocantes de las marchas que en momentos de pandemia constituían un peligro contra las mayorías nacionales que estaban al margen del vandalismo y sufrieron en carne propia las consecuencias de esos ataques criminales.
Pero no solo la salud quedó en estado grave sino algunos sectores de la economía. Si bien es positivo el crecimiento de la producción manufacturera en el mes de marzo, no pocos establecimientos industriales y comerciales han debido cerrar. Los bloqueos a las vías malogran productos de consumo popular, y los encarecieron. Irrumpieron delincuentes como retenes para cobrar peaje por paso de alimentos. Las quiebras a los pequeños, medianos agricultores y campesinos no las van a pagar los organizadores y actores de los bochinches. Tendrá que salir el Estado, con recursos monetarios agotados, a darles la mano a los damnificados para evitar más hambre y más miseria. Impotente la ciudadanía ante las hordas que impunemente destruyeron vidas, honras, bienes y salud, hoy se pregunta, ¿quién podrá manejar a Colombia a partir del 2022? ¿En dónde está el piloto adecuado para que la nación sea viable?
Colombia está atiborrada de problemas. Desde la Patria Boba los ha venido acumulando. No ha podido diseñar y construir un Estado sólido, eficiente, levantado sobre unas instituciones confiables, sino asentadas sobre frágiles cimientos. Tiene una justicia minusválida, inoperante, ahogada por el desgreño. El país con sus comportamientos anárquicos pareciera haber inspirado al pensador español Pedro Laín Entralgo en su ensayo “España como problema Histórico”. Hoy la nación colombiana se mueve de problema en problema, represados por cuatrienios presidenciales inferiores a sus responsabilidades históricas.
¿Quién será el Jefe de Estado a partir del 7 de agosto del 2022? ¿Acaso alguno de los incitadores que públicamente promovieron las marchas violentas? ¿Alguien salido de una coalición de centro-derecha que tenga la capacidad de convencer, convocar y movilizar, candidato que aún no figura en el partidor de la carrera presidencial? Caer el país en manos de la extrema izquierda, del populismo, sería la postración de la nación, difícil de superar en el tiempo. Las revoluciones que se han tomado a América Latina –Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia– se han sostenido asentadas sobre los fusiles, algo que Talleyrand veía imposible desde las épocas napoleónicas. Y cuando llegan es para quedarse por buen tiempo exterminando no solo la democracia, sino su economía y su sociedad