¿Qué podemos hacer con el futuro más que esperarlo? Mucho más. En principio, tratar de reconocerlo, saber de él para estar preparados. La posibilidad de mirar más allá de lo inmediato es una cualidad muy humana. Y si de futuro hablamos, un desafío aún mayor es pensar cómo será la evolución de nuestro cerebro, el órgano más complejo del universo.
Hay un fenómeno denominado “Efecto Flynn”, que muestra que cada generación obtiene puntajes más altos en pruebas de inteligencia que la anterior. La hipótesis multifactorial, que postula que las mejoras en la nutrición, la tendencia a familias más reducidas y la mayor complejidad ambiental, pareciera ser la explicación más acertada para explicar este fenómeno. En este sentido, las condiciones ambientales en las que nos desarrollamos y vivimos en la actualidad, desde el cambio climático global hasta los patrones de alimentación, de sueño y de uso de la tecnología, nos dan pistas sobre cómo podremos ser en el futuro.
¿Cómo será nuestro cerebro en el futuro? En términos anatómicos, el cerebro no cambiará en siglos. Es difícil pensar que la estructura cerebral se modificará drásticamente. Vale preguntarnos entonces qué transformaciones precisará nuestro cerebro en constante adaptación desde que nos enfrentamos a una nueva manera de procesar la información mediada por la tecnología.
Quizás el siguiente paso pueda no ser una evolución natural, sino que se relacione con la influencia de la ingeniería genética y la biotecnología para expandir las capacidades. Hay autores que sostienen que la evolución, en términos de selección natural, ya no es tan relevante en el mundo cultural y tecnológico en que nos desarrollamos. En cambio, la adaptación cultural y tecnológica tendría un rol prominente.
Probablemente, en un futuro, sea posible crear o regenerar el tejido neuronal que compone el cerebro. Esto tendría importantes implicancias en el tratamiento de enfermedades que hoy no tienen cura, como la demencia. Sin ir más lejos, pensemos que ya contamos con medicamentos para mejorar el rendimiento en ciertas disfunciones cerebrales. Pero tal vez el ejemplo paradigmático de la evolución tecnológica es la interfaz cerebro-máquina, tecnología que permite registrar y procesar ondas cerebrales en tiempo real y traducirlas en una acción en el mundo exterior. Funciona interpretando y trasladando la actividad eléctrica neuronal a un dispositivo o prótesis que se estimula para generar comandos motores. Si bien esta tecnología se encuentra aún en etapa de investigación, tiene múltiples posibilidades de aplicación. Por supuesto que se podría utilizar eventualmente en personas sanas. Teóricamente, es posible potenciar funciones sensoriales o cognitivas mediante implantes cerebrales o dispositivos externos como percibir más colores o tener visión “nocturna” o “de 360 grados”. Estas ideas han llevado a reflexionar sobre la posibilidad de proveer a los humanos de habilidades ilimitadas de memoria o cálculo, produciendo una superinteligencia que nos haría entrar en una era poshumana.
Muchas veces se dice que el futuro ya llegó. Se trata de una frase contradictoria, porque el futuro por definición es algo por venir. Aunque parece que esta vez de verdad ya vino, que no le gusta esperar. Sea como sea, tengamos listas las maletas.
* Doctor en Ciencias de la Universidad de Cambridge, neurólogo, neurocientífico.