Querido Gabriel,
¿Cómo hace un médico para no sufrir por sus pacientes?, le pregunté a tu tocayo, el que trabaja en salud. Si es humano, sufrirá, dijo. De acuerdo, respondí, me parece terrible eso de que no está permitido involucrarse emocionalmente. Sería inadmisible ser médico con una insensibilidad que asuma a los pacientes como simples objetos desalmados. Así es, respondió, la compasión es la base de la medicina, porque permite sentir el sufrimiento del otro, ponerse en sus zapatos. Pero la belleza de la compasión radica en que, además, moviliza la disposición para mitigar ese dolor. Puede que no podamos curar, que a veces si acaso podamos explicar mejor al paciente su situación y consolarlo, pero solo eso hace que valga la pena.
¿Y cómo hacen para no “quemarse” por el estrés laboral?, indagué. A veces el sufrimiento es demasiado, dije, pensando en los médicos, las enfermeras, y también en los líderes públicos empresariales y sociales, en todos los que trabajamos por los demás en tiempos de la pandemia. Me miró sonriente y me regaló estas palabras de Adolphe Gubler: “Curar a veces, aliviar a menudo, consolar siempre”. Lo primero, complementó, es comprender que no eres culpable, que lo que está sucediendo no es tu responsabilidad. Lo segundo es cambiar la perspectiva y pensar ¿qué oportunidades hay detrás de esto que sucede?... “¿De dónde viene ese viento que me arrasa?”, recordé, repitiendo algún verso perdido en mi memoria.
¿Conversamos acerca de la compasión como esencia del trabajo humano y sobre cómo hacer todo lo que está en nuestras manos para contribuir en estos tiempos, sin morir en el intento? Mi amigo me hizo recordar ese concepto que explicaba Stephen Covey, del círculo de influencia y el círculo de las preocupaciones. Él decía que uno actúa en la vida en dos círculos concéntricos. El primero, más amplio, es el de las preocupaciones, que contiene cosas que nos interesan, que incluso nos pueden afectar, pero no podemos controlar. El segundo, más pequeño, el de influencia, contiene las cosas que podemos controlar o cambiar. Si uno es reactivo, se gasta la energía en las preocupaciones y, normalmente, su círculo de influencia se achica. Si se enfoca, por el contrario, en el segundo, de manera proactiva, tiene resultados y su círculo de influencia se expande cada día.
¿No crees que los mejores médicos y enfermeras tienen una fuerza interior que los mantiene en ese justo medio, enfocados en su círculo de influencia, sin caer en la apatía por un lado, ni tampoco en el error de apropiar el dolor, lo cual puede paralizarlos y llegar a consumirlos? Si aplicamos esa sabiduría al ejercicio del liderazgo en estos tiempos, reconoceríamos que no podemos evitar absolutamente todas las muertes, pero sí actuar con coraje para cuidar a cuantos alcancemos, utilizando con sabiduría todos los recursos disponibles. Tal vez no seamos capaces de salvar todos los empleos en riesgo y evitar que caigan cientos de miles en la pobreza, pero podemos coordinar instituciones para proteger familias, empleos y empleadores, hasta donde nos den las fuerzas. Salvar un empleo, parafraseando a uno de mis más queridos profesores, tiene el mismo valor ético que salvar miles. ¿Será que el punto es, como bien lo saben los médicos, hacer lo humanamente posible para servir, reconociendo cuál es nuestro banquito, como dicen de manera tan hermosa las culturas amazónicas?
¿Abrimos la tertulia con este fragmento de los Discursos, de Epitecto?: “¿Dónde busco entonces el bien y el mal? No en lo externo incontrolable, sino dentro de mí, en las decisiones que sí puedo tomar”.
* Director de Comfama