Algunos historiadores e internacionalistas han vuelto a agitar la reclamación del Tesoro Quimbaya que desde finales del siglo XIX le regaló a la reina regente de España, María Cristina de Habsburgo, el entonces presidente de Colombia Carlos Holguín.
122 piezas de estupenda orfebrería fue el regalito del enamoradizo compatriota a la reina, con la que habría tenido ocultos requiebros amorosos que aún se prestan para deliciosas comidillas de café madrileños acerca de los orígenes criollos de descendientes de María Cristina. Esa seducción del criollo con sangre mestiza a la dama de sangre azul, habría sido más fuerte que las razones que el atrevido indoamericano invocó para justificar el preciado regalo. Alegaba para fundamentar el raponazo, que el papel de la poco atractiva regente había sido esencial para favorecer a Colombia en un litigio limítrofe con Venezuela, uno más de los varios conflictos que a través de la historia han tenido estos dos países cortados por la misma tijera del Libertador.
Somos testigos de los insistentes reclamos de la diplomacia colombiana ante las autoridades españolas para que se le devuelva a la nación un tesoro que le pertenece y se entregó ilegal y arbitrariamente por un coqueto presidente que no tenía autorización alguna del Congreso para donarlo. Bajo la presidencia de Belisario Betancur, el entonces embajador de Colombia en España Jota Emilio Valderrama, insistió a través de documentados alegatos y razones jurídicas bien argumentadas, que aquel regalo había sido inválido a la luz del derecho colombiano. Cada carta reclamo que de la embajada salía se la tragaba, sin dar respuesta alguna, la Cancillería española.
Luego en la embajada de Ernesto Samper, nos correspondió como consejero de la misión diplomática, tramitar ante el alto gobierno español nuevas y reiteradas solicitudes para que se enmendara esta expoliación de un patrimonio cultural colombiano, del cual abusó un miembro de una familia que ha estado empotrada en la burocracia oficial desde que se pegó el grito de independencia. Y ese reclamo que hacíamos como funcionarios colombianos se volvía más válido por lo desafiante e irritante, cuando en el gran salón de España en la Expo Universal de Sevilla –año de 1992– brillaba el Tesoro Quimbaya como el gran trofeo de una orfebrería que le era ajena al país que la exhibía. Esos reclamos, como los de la época de Belisario, también se los tragaban en silencio cómplice las autoridades españolas.
Así que por esos antecedentes de sordera crónica española, de alegatos ignorados, de intentos en busca de justicia frustrados, somos escépticos sobre el resultado feliz de los nuevos reclamos de retornar a Colombia ese tesoro. Valoramos lo difícil de la devolución armados de ese escepticismo, propio del que medita, examina, contempla, evalúa y vive experiencias, como lo define el maestro Ernesto Ochoa. Dudamos de la efectividad del reclamo y nos arriesgamos a anticipar que las razones invocadas por el país ante España se quedarán en un nuevo saludo a la bandera