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Contorsionismos lingüísticos

Por Lina María Múnera Gutiérrez - muneralina66@gmail.com

Enfrentarse a la historia puede producir miedo, porque el pasado es implacable. Pero tratar de escapar de la revisión de los hechos para no sentirse incómodo es, cuando menos, cobarde. En Estados Unidos, donde aún existen profundos abismos que dividen a la sociedad, han surgido abanderados de los eufemismos que pretenden eliminar el término esclavitud de los textos de estudio escolar para referirse a ella como “reubicación involuntaria”. Y esta propuesta aflora mientras circula un documental que habla del Clotilda, el último barco que llegó con esclavos cuando ya esta ignominia era ilegal en el país.

Hace unos días, un grupo conformado por nueve educadores del estado de Texas, ese al que tantos norteamericanos se están trasladando ahora por su excelente calidad de vida y sus bajos impuestos, hizo una propuesta sorprendente a la Junta de Educación Estatal. Como parte del procedimiento de una ley texana que busca mantener fuera de los colegios “los temas que hacen sentir incómodos a los estudiantes”, se les ocurrió sugerir que para abordar el asunto de la historia de la inmigración en Estados Unidos se comparen los distintos “viajes a América, entre ellos la inmigración irlandesa voluntaria y la reubicación involuntaria de personas africanas en la época colonial”. Asombroso, ¿no? Lo más increíble es que el debate de la propuesta, que, de aceptarse, sería adoptada en 9.000 escuelas públicas, tomó doce horas.

Doce horas para decidir si hacían la contorsión linguística más extraodinaria que se haya visto en los últimos tiempos. En un país donde la mayor parte de los 47 millones de negros que conforman su sociedad descienden de personas que tuvieron amos blancos que los consideraron propiedad privada. Pasmoso. Aunque también es cierto que hay líderes políticos estadounidenses que tratan de distorsionar la realidad asegurando que los esclavos eran “trabajadores de África que fueron empleados en plantaciones agrícolas”.

Y estas locuras son aceptadas poco tiempo después de que se hayan encontrado los restos del Clotilda, el barco que en 1860 llegó desde el África occidental con 110 esclavos, incluidos mujeres y niños de entre 15 y 30 años, en condiciones infames, sin ventilación ni luz. Para ese entonces, la trata ya era prohibida, menos en los estados del sur, donde lo sería cinco años después. Un millonario de Alabama, de nombre Timothy Meaher, apostó que podía traer un último cargamento humano sin recibir castigo. Y dicho y hecho.

Los Obama, Barack y Michelle, se han comprometido con un objetivo, “contribuir a la reconciliación de su país”. Por eso han producido un documental, titulado Descendant, que cuenta la historia de este último barco del horror, y el tiempo que les ha tomado a los descendientes de estos esclavos demostrar que no se trataba de una leyenda, que en verdad todo esto ocurrió.

Solo cabría un deseo, por ingenuo que parezca: si hay que borrar la crueldad, que sea en la vida real, no precisamente en un texto de historia. No se debe permanecer anclado al pasado, pero la culpabilidad y la incomodidad de algunos no pueden pretender acendrar la realidad de los hechos 

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