Llegó a mi casa como una lluvia repentina. Se lo regalé a mi hija Susana en un momento difícil de nuestras vidas. Desde que lo vi en la tienda de mascotas y me acerqué a su jaula, empezó a lamer mi mano a través de la reja y a mover su cola, como si nos conociéramos de tiempo atrás. Fue puro instinto. Nuestros corazones se adivinaron.
Era un cachorro de dos meses, bajo y alargado, de patas muy cortas y orejas largas. Su mirada tenía una mezcla asombrosa de inocencia, inteligencia y astucia. Era un Teckel de color canela. Cuando salimos de la tienda ya tenía nombre: Caramelo.
Durante los primeros días, mi hija se dedicó a cuidarlo. Yo la reemplazaba por las tardes, mientras ella volvía de su trabajo. Caramelo se dormía pegado a mí, buscando mi...