Fui uno de los miles de testigos que contemplamos, impotentes y asustados, el vendaval que azotó a Medellín y taponó algunas de sus principales avenidas la tarde del 29 de octubre. Durante más de cuatro horas estuve varado en medio de una fila de varios kilómetros de camiones, buses y automóviles en las tres grandes vías que comunican la ciudad con el Norte.
Logré escapar de esa trampa de carros atascados en el lodo cuando ya era de noche, remontando las laderas del barrio Castilla. Lo que vi por las calles no lo olvidaré: árboles caídos, calles anegadas, carros a la deriva navegando en los lagos que se habían formado bajo los puentes.
¿Por qué el agua se ha convertido en enemiga de los hombres? pensé mientras buscaba alguna calle sin lodo que...