Regresé hace una semana de unas misiones con un grupo de universitarios a una población muy vulnerable del sur de Chile y, además de soprenderme positivamente su energía y creatividad me llamó la atención lo bien que se entendían con las personas mayores. Se les veía ávidos de aprender de ellos mientras que a los ancianos se les veía queriendo contagiarse de la energía de los chicos.
Esto me hizo recordar las palabras que el Papa Francisco dice con respecto a la relación entre ancianos y jóvenes y, especialmente en la exhortación apostólica Christus Vivit, (Cristo vive), dedicada especialmente a los jóvenes y que fue publicada en marzo del año pasado.
En el capítulo VI, “Jóvenes con raíces”, el Pontífice invita a hacer una distinción entre “la alegría de la juventud” y un “falso culto a la juventud”. La primera, entendiéndola como la etapa llena de energía en la que resulta clave el conocimiento personal del cual dependen muchas decisiones posteriores. La segunda postura, en cambio, vista como una idealización de la juventud, hasta el punto de querer prolongar esta etapa por años (¡o décadas!), postergando las decisiones que abren paso a la vida adulta o reduciendo a cualquier precio las señales corporales del paso del tiempo.
Una manera de vivir ese primer concepto de la juventud es siendo “guardianes de la memoria”, lo que les permite a los jóvenes “sanar las heridas que a veces nos condicionan” y así, “alimentar el entusiasmo, hacer germinar sueños, suscitar profecías, hacer florecer esperanzas”.
Para ello resulta fundamental consultar con aquellos “libros vivos” que han sido protagonistas de acontecimientos que han marcado la historia. El Papa invita a mantener el contacto con los padres y abuelos quienes décadas atrás soñaron con la llegada de sus hijos y nietos. Esta buena práctica la recomiendan también las Sagradas Escrituras en numerosos pasajes como aquel versículo del Eclesiástico: “¡Qué bien sienta a las canas el juicio y a los ancianos saber aconsejar!” (Eclo 25, 4). También dice el Pontífice en Christus Vivit: “Si los jóvenes y los viejos se abren al Espíritu Santo, ambos producen una combinación maravillosa. Los ancianos sueñan y los jóvenes ven visiones”.
Jesús nació en el contexto de una familia, de unas tradiciones y eso no lo hizo menos Dios. Más bien esto afianzó su identidad de verdadero Dios y verdadero hombre. Como dijo San Juan Pablo II: “No un hombre aparente, no un “fantasma”, sino hombre real..” (Audiencia General 27 de enero de 1988). Su madre María también fue una joven “memoriosa”. Ella recapituló en el cántico del Magníficat (Lc 1, 46 - 55) la historia de su pueblo y tuvo la fineza de leer su vida y la historia en la que estaba inserta en un momento en el que con profundo regocijo fue a servir a su prima Isabel y a llevarle la noticia de que ella esperaba al Mesías.
La riqueza viva del pasado se convierte de esta manera en un patrimonio, en una fuente de la cual el joven puede beber para entender mejor su pasado, actuar más sensatamente en el presente y tomar impulso para su futuro. Como dice el refrán que cita el Papa en la Christus Vivit: “Si el joven supiese y el viejo pudiese, no habría cosa que no se hiciese”.