El desbarajuste de una sociedad, una institución o una corporación comienza cuando se quebrantan los compromisos morales, esos que pueden no estar escritos en las normas positivas pero son esenciales como condiciones del respeto sin el cual se precipitan la desigualdad y las injusticias. Así, por ejemplo, si el magisterio no merece respeto y tiene que dar peleas absurdas e incurrir en paros inicuos para que le reconozcan mínimos derechos, está faltándose a aquel compromiso moral que acredita la verdadera calidad humana de un Estado, que figura como social de derecho pero en la práctica se vuelve antisocial y torcido.
Por supuesto que el paro de los maestros, que puede estar sesgado por motivaciones políticas, comporta otro irrespeto, hacia los millares de estudiantes mandados a vacaciones forzadas que retardarán su aprendizaje. Y es un cese de actividades que, por obvias razones, deja en evidencia, por enésima vez, la debilidad tremenda de los gobiernos, muy dados a hacer alabanzas retóricas del magisterio, a repartir medallas y distinciones a troche y moche, pero elusivo ante la responsabilidad de convertir la educación en el máximo propósito de la nación, como dinamizadora del cambio social, fuerza motriz del bien común y garantía de prosperidad integral.
Ya es normal suprimir el compromiso moral en todos los ámbitos. Era uno de los rasgos distintivos y enaltecedores de las empresas tradicionales. No estaba escrito pero sí se grababa en el llamado carisma fundacional, en el modo de proceder en las relaciones laborales. Hoy en día esa norma implícita de buen gobierno, basada en el respeto a las personas que aportaron conocimiento, experiencia, consagración, etc., a la construcción de una obra a lo largo de los años, se omite o se olvida, o se menosprecia, porque no está escrita en ningún reglamento ni vincula desde el punto de vista legal. En los indicadores de calidad, en las metas y las acciones de los planes de desarrollo, el compromiso moral no figura ni se evalúa porque no puede cuantificarse, así la respectiva corporación se proclame humanista hasta la médula.
Richard Sennett explicó muy bien (en El respeto, 2003) el significado y el peso de la deuda social de las instituciones públicas y las organizaciones. Defendió, por ejemplo, el compromiso moral que una sociedad contrae con los pensionados, a los que se considera una carga insoportable. Ni qué decir de la manifiesta desigualdad en el trato a los educadores. Compromiso moral: Un concepto, un mandamiento, un imperativo ético mandado a recoger por la fuerza dominante de la tecnocracia que les mata el alma a las organizaciones y las vuelve maquinarias productivas muy ventajosas y competitivas en el mundo del mercado, pero a las que se les voló el espíritu humanista.