A veces tengo un pensamiento que tiende a volverse convicción, pero me rebelo contra él y pierde fuerza, como los huracanes. Solo que cuando se convierte en tormenta tropical ya ha dejado en mí profundos estragos: tristeza infinita, desaliento y ganas de dormir quince días seguidos, a ver si cuando despierte todo ha vuelto a la normalidad.
Según algunas personas a las que oigo hablar y veo actuar, a quienes tenemos valores inoculados en nuestro ADN, nos “mataron”, estamos condenados a la extinción. Y no me refiero únicamente a los corruptos de todos los pelambres, pillos reconocidos o anónimos, sino a todos aquellos que vinieron a este mundo a causar daño, que están convencidos de que palabras como respeto, honestidad, fidelidad, dignidad, amor...