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La decisión de Edmundo González de exiliarse en España marca el fin, al menos para mí, de la luz de optimismo y esperanza que habían traído las elecciones del 28 de julio.
Por David González Escobar - davidgonzalezescobar@gmail.com
Uno de mis primeros recuerdos es un cacerolazo. En un balcón de Caracas, dándole a más no poder a una cacerolita con una cuchara de palo. Feliz, completamente inmerso en aquella sinfonía cacofónica que compartíamos con los demás vecinos, todos asomados en sus balcones, participando del mismo ritual primitivo: una percusión disonante como símbolo de rechazo a Chávez. Cargo con la maldición de ser un “hijo del chavismo”: el 6 de diciembre de 1998, cuando Hugo Chávez ganó la presidencia de Venezuela por primera vez, yo, también venezolano, ni siquiera tenía un año.
De alguna manera, soy una memoria viviente de lo que han sido estos más de 25 años del chavismo, y lo más probable, luego de ver cómo se han acabado de desenvolver los eventos de las últimas semanas, es que siga siéndolo. La decisión de Edmundo González de exiliarse en España, anunciada esta semana con un lánguido comunicado en su cuenta de X, marca el fin, al menos para mí, de la luz de optimismo y esperanza que habían traído las elecciones del 28 de julio.
En ese momento, la victoria de la oposición venezolana parecía ser tan contundente que incluso Maduro habría dudado en robárselas. Pero, 45 días después, quedó claro que no fue así. Ya nadie siquiera se molesta en pedir la publicación de las actas: es evidente que las elecciones se las robaron, y también lo es que, a pesar de la burda manipulación, el régimen ha logrado su cometido de mantenerse en el poder.
Edmundo, el presidente electo, se ha convertido en uno más de los 8 millones de venezolanos que se han visto obligados a abandonar su país. Mientras tanto, María Corina Machado, la líder indiscutible de la oposición, permanece en Venezuela, pero en la clandestinidad. Quién sabe cuánto tiempo pasará antes de que el régimen venezolano, que ya no disimula su falta de escrúpulos para utilizar mecanismos de represión dignos de regímenes fascistas, decida actuar en su contra. Maduro y su círculo más cercano han seguido al pie de la letra el “Manual del Dictador” de Bruce Bueno de Mesquita.
El círculo de poder en Venezuela es cada vez más reducido, la separación de poderes ha dejado de existir y controlan todo el flujo de caja, desde el petróleo hasta los negocios ilegales, repartiéndolo entre los “esenciales” para mantenerse en el poder, sobre todo las Fuerzas Armadas. Tampoco dudan en reemplazar a cualquiera que represente una amenaza, como lo demuestra el caso de Tarek El Aissami.
Puede que, tras el burdo fraude, Maduro quede aislado de muchas democracias del mundo, pero seguirá bien conectado con las autocracias. Con el respaldo de Rusia, Irán y China, Venezuela podría sobrevivir como una especie de Corea del Norte, pero con petróleo y en el Caribe. Es más, cuantas más semanas pasan, menos probable parece que Venezuela quede completamente aislado de las democracias occidentales.
Según el Wall Street Journal, Chevron ya ha enviado el mensaje a la Casa Blanca de que necesita seguir extrayendo petróleo de Venezuela, incluso si Maduro permanece en el poder. Y Colombia, cuya diplomacia parece haber optado por “irse a ver ballenas” frente a la crisis venezolana, probablemente buscará su propia pantomima para continuar conviviendo con su vecino como si nada hubiera pasado.
Cientos de miles de cubanos exiliados en Estados Unidos durante los primeros años de Fidel Castro en el poder han pasado sus vidas enteras esperando, frustradamente, ver caer la dictadura. Pasan los años, y vuelvo a escribir esta misma columna, sintiendo cada vez más que, tristemente, millones de nacidos en Venezuela nos dirigimos hacia el mismo destino.
Maduro, por ahora, sigue ganando.