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La visión de Putin se fortalece con un mapa geopolítico en fractura, un multilateralismo en declive y una democracia en riesgo. Las guerras de Ucrania y Rusia, por un lado, y de Israel y el mundo árabe por otro, pusieron sobre un espejo los dobles raseros de Estados Unidos y de Europa.
Por David E. Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com
En los últimos tres años, Washington y Bruselas se concentraron en aislar -económica, social e incluso deportivamente- a Vladímir Putin y a Rusia como respuesta a la invasión a Ucrania. Era una forma de apoyar a Kiev y Volodímir Zelenski en la lucha contra el ejército usurpador mientras le daban decenas de cientos de millones de dólares en equipamiento para el ejército. Un juego a dos bandas. Pretender encapsular a Moscú, y a su líder todopoderoso, con sanciones que lo ahoguen y lo lleven a renunciar a sus propósitos expansionistas. La apuesta no dio los resultados esperados.
La semana pesada, en una muestra de músculo económico y diplomático, Putin fue anfitrión en la ciudad rusa de Kazán de la XVI cumbre de los Brics, este grupo de naciones (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) que, retomando el acrónimo de un artículo académico de 2001, decidió unirse hacia el 2008 para plantar cara a lo que consideran el unilateralismo de Occidente y que es hoy un ente que crece a pasos acelerados y a cuyas puertas golpean para entrar una larga lista de naciones emergentes.
Ahí se le vio a Putin sonriente, rodeado de un poder global enorme, recibiendo palmadas en la espalda de personajes como Xi Jinping de China o Narendra Modi de India, y aplausos sonoros de una veintena de líderes que ven en el espacio una alternativa real al orden mundial imperante. Y el grupo crece. Ya entraron Irán, Egipto, Etiopía y Emiratos Árabes y a las siglas se le sumó un diciente símbolo aritmético de adición: desde el 2023 son “Brics+”. Así que Rusia y su presidente, lejos de estar aislados, se consolidan como cabezas visibles de un discurso alternativo. A la Otan, al FMI, al Banco Mundial. Pero también a la democracia liberal y al discurso de Derechos Humanos. Por eso se saludan entre regímenes autoritarios y le sonríen al iraní Masoud Pezeshkian o al venezolano Nicolás Maduro.
La visión de Putin se fortalece con un mapa geopolítico en fractura, un multilateralismo en declive y una democracia en riesgo. Las guerras de Ucrania y Rusia, por un lado, y de Israel y el mundo árabe, por otro, pusieron sobre un espejo los dobles raseros de Estados Unidos y de Europa y, de carambola, se transformaron en viento favorable para el discurso ruso que acusa de hipocresía a Occidente.
Es sintomático que al final del encuentro en Kazán el jefe del Kremlin asegurara sonriente, y con arrogancia, que era tiempo de parar los conflictos. El suyo en Ucrania y el de Medio Oriente. El que lo involucra directamente a él, dijo, debe parar pacíficamente y reconociendo “la realidad del terreno”. En otras palabras, el triunfo ruso.
Se escucharon las palmas de los asistentes. Que le quede claro al resto del mundo que los Brics+ lo arropan y la idea de aislar a Rusia para derrotarla no llegó a buen puerto.