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Aldo Civico
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De marchas y protestas

Por Aldo Civico

aldo@aldocivico.com

La sentencia de la Corte Suprema de Justicia, que reconoció la existencia de abusos sistemáticos por parte del Estado en las protestas pacíficas, ha desatado en el país un debate interesante y necesario alrededor del derecho a la protesta. Las protestas se han exacerbado por los recientes casos de abuso policial, los actos de vandalismo, y la presencia de encapuchados en las marchas. Vivimos en un clima de confrontación, que involucra al Gobierno nacional, la Policía Nacional, los gobiernos locales, y varios sectores de la sociedad. Es un tema difícil que toca las fibras más sensibles de las libertades individuales, las cuales siempre tienen que estar garantizadas frente a la frecuente tentación del Estado de utilizar la fuerza con arbitrariedad.

La historia nos recuerda que las protestas son importantes para contradecir narrativas hegemónicas. Muchas veces radicadas en una utopía, las marchas pretenden arrojar luz sobre las distopías de este mundo.Recuerdo las imágenes de las madres de la Plaza de Mayo que al ocupar el espacio público hacían presentes a sus hijos desaparecidos, sanando una memoria colectiva que la dictadura de los generales había fragmentado a través del terror. Aún con emoción recuerdo las masas que se tomaron las plazas de las capitales de los países del oeste europeo provocando primero la caída del muro de Berlín y después, en 1991, el fin de la Unión Soviética. ¿Acaso no nos conmovió la primavera árabe?

Al mismo tiempo, sugiero que las protestas (así como los abusos del Estado) son la expresión de un proceso de progresiva fragmentación de la experiencia humana que en lugar de hacernos sentir parte de la misma humanidad (y hasta de toda la creación) nos hace sentir separados y rivales en competición. Este proceso de parcialización empieza mucho antes de la dialéctica marxista, la lucha de clases y la rígida separación entre Estado, economía y sociedad civil. Para encontrar su origen hay que ir a lo que el antropólogo Steve Taylor ha definido como la “Explosión del Ego” que ocurrió hace 10 mil años, cuando los humanos empezaron a verse separados de la naturaleza. Fue un cambio que provocó la revolución agrícola y que nos permitió sobrevivir. Pero también conllevó la separación de géneros, de mente y materia y el dominio del hemisferio izquierdo de nuestro cerebro sobre el derecho. “Pienso, luego existo”, es la frase de Descartes que quizás bien resume todo este proceso.

Pero me pregunto, si hoy somos testigos del clímax de este proceso de individualización y si el futuro que emerge será una realidad donde volveremos a reevaluar las relaciones entre las partes, y la conciencia que somos partes de un todo. Hoy pienso que la dialéctica y la confrontación no son suficientes. Si la utopía es todavía posible, necesitamos pasar de la confrontación a la co-creación, de la separación de la unidad. Eso requiere una nueva conciencia y un nuevo paradigma de liderazgo. Las marchas, aunque sean legítimas, así como la violencia arbitraria, son un legado del pasado que no nos llevarán al futuro.

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