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Dos días antes de que Álvaro Uribe fuera detenido preventivamente en su domicilio por orden de la Corte Suprema de Justicia, Humberto de la Calle, candidato derrotado en las pasadas elecciones presidenciales, planteaba la necesidad de enfrentar en las próximas elecciones presidenciales al centro/derecha con la formación de un centro izquierda. Es decir, lograr una alianza para doblegar y cambiar lo que Álvaro Gómez llamara “el Régimen”.
Según De la Calle, cabrían en esa coalición no solo líderes de centro, políticos civilizados de izquierda, sino extremistas y camaradas de la izquierda radical. Hasta los “padres de la patria” de las Farc serían socios honorarios de tan curioso aquelarre ideológico. La meta, en buen romance, es arrasar con cualquier vestigio de gobiernos de centro/derecha.
El doble rasero aplicado por la Corte Suprema para valorar los casos de Uribe y de “Santrich” es un avance de la construcción de la propuesta del derrotado candidato presidencial. Al subversivo se le dio la gabela de defenderse en libertad y luego visa para regresar al monte a reiniciar sus fechorías. A Uribe fulminantemente lo confinó en su domicilio. Si es bien cierto que en una democracia nadie puede ser superior a la ley y que debe regir siempre el principio de igualdad ante ella, la norma la deslegitimó la misma Corte con sus incongruentes y discriminatorias determinaciones. Aplicó en su “sabiduría” la ley del embudo, para incurrir en lo que algunos llaman “delito de lesa coherencia”.
Con Álvaro Uribe privado de la libertad, –y qué lección de decoro, pudor y estoicismo la carta de Lina Moreno de Uribe– los desconciertos y divisiones en el centro derecha lo meterían en un laberinto electoral. Con esas debilidades se harán más utópicas sus probabilidades de continuar siendo opción real de poder. Es una derecha y un centro no solo acéfalas por ausencia del mayor combatiente, sino llenas de costuras mal elaboradas, que dejan ver remiendos con que se confeccionan los trajes de lucha de sus militantes. Y, de contera, con un sistema horadado por corrupción, injusticias y despilfarros que viene de gobiernos pasados. Los escándalos de compra de períodos presidenciales con dineros del narcotráfico y los elefantes blancos, obras saqueadas, no terminadas, rellenas no de cementos sino de robos, levantan un muro forrado de impunidad que dificulta reconstruir el agrietado establecimiento.
Se llegó la hora de ejercer un liderazgo nacional, que convoque y aglutine todas las fuerzas vivas, sociales, políticas democráticas. Que vaya en busca del tiempo perdido. Con un gabinete de Reconstrucción Nacional, con figuras experimentadas, probas, idóneas y curtidas en el manejo del Congreso para que las reformas urgentes que el país requiere tengan vida y no se aplacen más. El liderazgo para emprender esta empresa debe estar en las manos del presidente Duque, un hombre sereno, preparado, pulcro, con visión de futuro. Un protagonismo que despierte credibilidad, confianza y esperanza entre miles de colombianos hastiados con la politiquería, los rapacidades con el erario, la polarización y el inmovilismo. Si no se ejerce este liderazgo, prepárese el país a soportar en la época de la pospandemia el popurrí propuesto por De la Calle. ¿Un completo pandemónium?.
