“Bienvenidos al bus de la confianza”, le dice el conductor a cada pasajero que aborda y le estira la mano con los 2.200 pesos que cuesta el pasaje. “Pase y deposite el dinero en esta caja”, y señala detrás de él. Algunos fruncen el ceño y otros se quedan impávidos, como si en vez de un bus hubieran abordado un ovni. ¡Así de raro nos parece que alguien nos dé un voto de confianza!
En efecto, detrás del puesto del conductor, hay un cartel con las instrucciones para pagar y una cajilla con divisiones para depositar los billetes o las monedas según la denominación. “Si tienes el valor exacto, deposítalo en el espacio; si pagas con un mayor valor, toma tu devuelta”. En este bus, para facilitar el manejo del dinero, el pasaje solo cuesta dos mil pesos, pero todos depositaban la moneda de doscientos en el lugar correspondiente.
Confieso que me senté en una de las primeras sillas para espiar un poco las reacciones de la gente frente a una caja llena de plata cuando nadie la está vigilando, pero mi vecina de asiento, una señora de lo más locuaz, me robó la atención y después del pasajero número 15 perdí el rastro. Sin embargo, haber encontrado a esta nueva mejor amiga de ocasión también fue un plus: Reconfirmé que en ambientes amables y positivos somos capaces de relacionarnos con los otros sin prevenciones de por medio. ¡Casi nos contamos la vida en veinte minutos!
De los mismos creadores de la Tienda de la Confianza, el Bus de la Confianza es un experimento social de la Secretaría de Cultura Ciudadana que nos pone a soñar con una sociedad en la que nadie necesite vigilantes para cumplir con sus deberes. A veces bastan actos sencillos para tomar conciencia, porque cuando se cometen y se naturalizan “pequeños” delitos, como no pagar un pasaje, indudablemente queremos ir por más. El que hoy se roba un confite, mañana se llevará el paquete completo y luego irá por los grandes botines de los que tanto sabemos.
A la fecha, en más de quinientos kilómetros recorridos, los resultados del bus de la confianza superan el 100 % de cumplimiento en el recaudo. El de las tiendas se mantiene en el 97 %. Respuestas extraordinarias que ofrecen pistas y entusiasmo y que dan lugar a la esperanza. Podría suceder que en un futuro no tuviéramos nada que envidiarles a algunas ciudades del mundo donde sus metros tienen lector de saldo pero no hay torniquetes ni vigilantes y, sin embargo, todos los usuarios saben que su deber es pagar por el servicio y lo hacen sin estar sometidos ni siquiera a la sanción social. Es el deber ser y punto.
Más que un ejercicio para “medirnos el aceite” y una reflexión para invitarnos a actuar con legalidad y honestidad, estas iniciativas deberían convertirse en un programa permanente de ciudad, tal vez así logremos transformar la (in)cultura del papayazo, tan arraigada entre nosotros, por una cultura de pago libre y espontánea por una compra o un servicio debidos.
Cuando me bajé del bus y volví al asfalto recordé las semillas de guayacán amarillo que sembré en mi jardín y ya han empezado a germinar. ¡Puede que no me toque ver las flores, pero habrá quién se deleite con ellas algún día!.