Por Luis Carlos Villegas E.
Acabo de terminar una de las obras más amenas, completas en notas y bibliografía, educativas y desafiantes que jamás hayan caído en mis manos, “La Historia del Progreso Humano”, del sueco Johan Norberg, publicada a finales de 2020, transmisora de conocimiento, no solo de información.
Traigo dos de las numerosas grandes ideas que trata Norberg. La primera, la capacidad para comunicarse con quienes piensan distinto. Cita a Francisco I de Austria-Hungría, al declarar ante una asamblea de maestros en 1821 que “cualquiera que venga con nuevas ideas, debe irse o será despedido”. A pesar de que, dice, siempre es más fácil gastar el tiempo en oír a la gente que piensa como uno, los grandes logros humanos aparecen cuando nos salimos de nuestras zonas de confort intelectual y nos vemos obligados a pensar de maneras nuevas. “La verdad siempre se ha originado por el conflicto entre mentes y resulta ser la chispa brillante que mana de la colisión de ideas opuestas”, agrega, recordando a J. S. Mill. Fue la mezcla de ideas y de opiniones, de conocimientos y sentimientos, del ensayo y el error, la que generó el Renacimiento después del oscurantismo dogmático. Recuerda el Sesgo de Confirmación: si no nos protegemos racionalmente, toda la información nueva que nos llegue sobre un asunto, la interpretaremos en favor de la idea preconcebida que ya teníamos del mismo. Por eso “abrirse a otros puntos de vista de amigos, enemigos o simplemente contradictores, hace parte integral del progreso intelectual” y del avance de la política. El Sesgo de Confirmación nos atrapa en una limitada visión del mundo. Enseña esta primera gran idea que solo dialogando, sobre todo con los opuestos, se logra avanzar en tiempos de paz o de crisis y reformar.
La segunda, es la necesidad de proponer remedios a la angustia de los jóvenes derivada de su incertidumbre sobre el futuro, especialmente laboral. En Colombia, según las encuestas, se suma a ella la impertinencia educativa y el sentimiento de no tener suficientes libertades en asuntos como la sexualidad, la lúdica o la tecnología. Propone que el seguro de desempleo no sea solo para pagar la seguridad social, sino para compensar ingresos por debajo del salario mínimo, es decir, formalizar el ingreso para los informales con una renta del presupuesto público. La idea es, aplicada a Colombia, modificar nuestro sistema de bienestar, Sisbén, para evitar su mayor defecto: la amenaza al beneficiario, de que una vez esté de nuevo empleado, saldrá del sistema. Se remplazaría por la famosa Renta Única Universal (RUU) que se paga sin tener en cuenta el aumento del ingreso y por ello es un gran instrumento de igualdad; no tan alta como para subsidiar a la clase media; ni tan baja como para mantener una sensación de inseguridad.
Trae también la propuesta de un “Impuesto Negativo de Renta”: por debajo de un nivel garantizado mínimo de ingreso, el Estado complementa ese faltante con una porción. Si usted gana más que ese mínimo, empezará a pagar a partir de un cierto nivel considerado apropiado para contribuir fiscalmente.
Ojalá en el Gobierno y en las campañas presidenciales puedan leer, entender y meditar sobre “La Historia del Progreso Humano”, ahora que están con el insomnio alborotado. (Colprensa)