Hay libros que uno tuvo en las manos y dieron horas enormes de felicidad, libros que se devuelven, por más que uno quisiera tenerlos el resto de la vida, porque no nos pertenecen; luego, como nunca más se vuelven a ver, uno duda si en realidad existieron o fue una invención maravillosa de la adolescencia.
A mí me pasó con un libro rojo sobre Débora Arango, la pintora que nació en Medellín en 1907. El libro pertenecía a la escuela donde mi padre era rector, él, como sabía que me gustaba tanto, cada que podía lo prestaba en la biblioteca y me lo llevaba de sorpresa a casa. A los ocho días exactos, me pedía que lo devolviera. Nunca lo olvidó, a pesar de que yo no quería desprenderme de ese libro. “¿Por qué tengo que devolverlo si yo lo leo más que...