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Sara Jaramillo Klinkert
Columnista

Sara Jaramillo Klinkert

Publicado

Del amarillo y otros ruidos

$Creditonota

Imagine que yo quisiera pintar mi casa de amarillo y comprara más pintura de la que necesito. Comienzo con mi fachada y quedo tan a gusto que sigo con la del vecino. Imagine que usted es ese vecino. La fachada de su casa es blanca y no le gustan los colores. Usted me pide el favor de que no intervenga su fachada, pero yo lo ignoro porque me parece incomprensible que alguien no aprecie un color que a mí me gusta tanto. Y mientras más me implora, yo más pinto, porque necesito demostrarle que usted está equivocado, el amarillo es un color idóneo. Tan ciego. Tan amargado. Tan aguafiestas. Tan aburrido, siempre rodeado de blanco. Que la cuadra, el barrio, la ciudad entera se prepare porque aún tengo pintura amarilla y ganas de pintar. ¿Tengo derecho a hacerlo? Lo dudo. Una cosa es mi derecho a tener un color favorito y a pintar mi propiedad con él. Otra muy distinta es imponérselo a los demás. ¿Entonces, por qué la misma lógica no rige para la música a alto volumen? Está tan normalizada que pocos ven lo violenta que puede llegar a ser.

Hasta donde el sentido común indica, el derecho a la tranquilidad y el descanso es igual de válido al del disfrute. Dirán que hay ocasiones especiales y ferias, les digo que hay lugares idóneos y horarios para cada actividad. Ojalá todos pudiéramos unirnos a la feria y bailar la noche entera, pero no es así. Hay enfermos. Hay ancianos. Hay madres con bebés. Hay quienes necesitan silencio para desempeñar su oficio. Hay gente que trabaja de noche y duerme de día. Ni siquiera tendría que mencionarlos para explicar la necesidad de silencio. Hay personas a las que simplemente no les interesa o no les gusta o no quieren participar en actividades multitudinarias y ruidosas que, valga decirlo, son apenas una parte del problema. Nadie debería tener que aguantar la música de los gimnasios, los himnos de los colegios a las siete de la mañana, los televisores en las salas de espera, los parlantes del vecino, los videos a todo volumen de un celular ajeno. Por si no lo saben, el volumen puede moderarse oprimiendo el botón hacia un lado u otro. Es lo más de fácil. Además, existen artilugios bastante útiles conocidos como audífonos. Aún no sé si los bullosos evitan oírse a sí mismos o a los demás. ¿Por qué creerán que el silencio es algo que debe llenarse? Encerrados en su mundo ruidoso y diminuto, se vuelven incapaces de comprender que la gente alrededor tenga necesidades diferentes. Se llama empatía y es imprescindible para vivir en comunidad.

Milan Kundera escribió alguna vez que la ventaja del ruido es que ahoga las palabras. Será por eso que aquellas palabras usadas por los ciudadanos para quejarse son, a menudo, ignoradas y ridiculizadas. Ni hablemos del ruido generado por la Feria de las Flores durante las últimas dos semanas. Lo anterior ocurre porque quienes deberían mitigar la bulla son los mismos que la generan y están tan aturdidos por su propio ruido que ya no pueden escuchar a nadie más 

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