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Arturo Guerrero
Columnista

Arturo Guerrero

Publicado

Del mísero can, a los perros gloriosos

Por arturo guerrero

arturoguerreror@gmail.com

De manera milagrosa, los perros lograron en pocos años lo que ninguna minoría desdeñada, en tantos siglos. Están muy lejos del “mísero can, hermano de los parias”, descrito en el poema Anarkos por Guillermo Valencia hace cien años. Nada de eso hay hoy en la sociedad actual de los perros que sacan a pasear a sus amos en época de pandemia.

Son dueños absolutos de los parques urbanos. Allí festejan a dentellada inerme, con sus pares de todas las razas, edades, melenas, colores y tamaños. Ejecutan el baile de la libertad y la confraternidad. Entre ellos cotorrean en voz baja las burlas a ese bípedo que pretende soberanía por llevar en la mano la correa.

Los perros saben quién manda, a quién doblegan con su fuerza de cuatro patas, quién recoge los excrementos cuando y donde ellos decidan evacuarlos. Conocen también el modo de descansar y acezar. Se dan maña de tomar agua en dispensadores públicos manipulados por sus amos, que adivinan al punto sus apuros urgentes.

Un perro sale a la calle para encontrarse con otros perros. Su ritual comienza por la nariz: se registran oliéndose con insolencia los puntos estratégicos de identidad. Juegan eternamente, mascan la amistad boca a boca, se arrastran en torbellino sin importar la indecencia en que quede la pelambre.

Ejecutan una sociabilidad instantánea y se entregan a una lúdica de carnaval ubicuo. Los míseros canes son más amigueros que los míseros mortales. Dan ejemplo de felicidad compartida. La apuran como si el mundo se fuera a acabar enseguida. Su pasado y futuro es el presente.

¿Quiere usted conseguir pareja? Salga a la calle con el perro, verá que nadie escapa a la espontaneidad del elogio, de la pregunta por la raza, el entrenamiento, el baño, las vacunas. Los seres humanos se relacionan sin filtros ni requisitos, si cada uno o uno de ellos lleva un perro catalizador de la amistad, del amor tal vez.

Cuando el poeta Valencia compuso sus versos modernistas y europeos, no cantó al perro del XXI: “Su ceño de inválido mendigo”, “... tú inicias la cadena de los que pisan el erial humano/ roídos por el cáncer de su pena”. Los canes de su Popayán y de su tiempo eran prehomínidos.

Los perros de hoy son gloriosos. No tuvieron necesidad de organizarse ni de marchar por la liberación canina. Les bastó la soledad humana, para convertirse en amos de sus amos

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